Matilde debe morir - Cristian Acevedo

Un crimen, un grupo de sospechosos entre los que está el lector. Una vez que se acepta ser parte uno puede resultar ser el criminal
Matilde debe morir - Cristian Acevedo - Editorial Barenhaus - novela - suspenso - autores argentinos



Hay varias formas de leer literatura. Una propone dejarse llevar por los sentidos, entregarse al texto, sumirse en el lenguaje, en el eco de ese lenguaje. Otra, un poco más racional, reclama traer al acto todo lo que se ha leído antes, involucrarse al punto de querer desarmar los mecanismos particulares que el autor utiliza en el universo narrativo de la obra. Matilde debe morir, de Cristian Acevedo, es un libro que requiere ambas. Me obliga, desde el inicio, a abandonar la distancia con respecto a los hechos, a implicarme en un crimen absurdo.

Como si fuera una pieza de dramaturgia, el escenario se monta de entrada. Reconozco el bar, siento el gusto del café, el ruido de la calle, las migas sobre la mesa. El rito, en ese rincón íntimo y bien delineado de Buenos Aires. Hasta que sucede esto:

“(…) Más atrás, a un lado de la barra, siguiendo por el pasillo que da a los baños, habrá otro personaje. Ahí es donde usted se ubicará. Caminará hasta esa mesa y se ubicará en ese personaje. No a un costado, no frente a él. Sino en él. Usted será ese que ahora se mantiene estático, aquel que sostiene un pequeño libro y que ni parpadea”

Soy parte, ahora, de la historia. No hay evasión posible. Mientras dure la lectura y quién sabe después, seré ese personaje que me han asignado. Sospecharé de mí.

La advertencia inicial, seguir adelante o dejar el libro, queda suspendida en el aire como una pluma demasiado ligera para caer. Decido ignorarla. A mi riesgo, ingreso en una dimensión nueva, la construcción de una máquina inteligente donde cada pieza es, no sólo necesaria, sino irremplazable. La escena se impone, me impulsa a vivir la trama, su contexto, a interrogarla por su verdad, también por su apariencia. La acción ocurre dentro y fuera de los personajes, en el pasado y en el futuro del evento irreversible que me une a la víctima. Matilde. La mujer que se sienta todas las tardes a escribir cuentos, en la misma mesa, del mismo bar en el que estamos. Metatextos que leo buscando pistas, que me conmueven y también distraen. Historias de culpas que no llegan a confesarse, horrores cotidianos, la infancia como territorio natural de la memoria. La veo escribir y estoy tan cerca, que creo que es ella quien narra. Celebro el pacto. La verdad permeable a la ironía, a otra forma de humor. El clima hipnótico, la línea borrosa entre ficción y realidad, el manejo de los contrastes, en ese transcurrir, que se repite día por día, en busca de un gesto diferente, de ella, de alguien.

Luego de pasado el primer temblor emocional, me dedico a pensar en el texto. En la experiencia del texto. Porque Matilde debe morir, no es una simple lectura. Es una inmersión narrativa, compleja, por momentos incómoda, que me arrastra de un capítulo a otro como si no tuviera opción. El morbo como garantía. La obsesión como motor. El destino que conduce a la presa, la retiene, se demora en la agonía, antes de darle (de darme) el golpe mortal.

Creo que el gran acierto de Acevedo, es la voz. Esa segunda persona que anticipa lo que va a suceder, que pone en palabras el designio del personaje, pero no como una predicción, sino como una orden: lo que sigue va a suceder porque es inevitable. Y esa condición de certeza nos sitúa en un juego de tensión narrativa y pulsión humana, entre el mandamiento y el instinto. No olvidemos que el mejor narrador de un relato es aquél que se ubica en la distancia ideal para apreciar los hechos en su singularidad. Y esta novela, es lo que es, justo por ese extraño y perturbador punto de vista.

“Todo será irrisorio y absurdo. Seguirá siéndolo.”

Matilde debe morir, es una novela que exige abrir los ojos, ir más allá del contenido, lanzar redes de interrogación al contexto que nos hizo posibles, re-conocer a los personajes, sacarlos del anonimato, devolverles la mirada, el nombre, la libertad arrebatada por el acto literario. No es casual la provocación. Cada diálogo, cada epígrafe, se funden con la curiosidad lectora. La forma de pensar la ficción. El acto de escribir. La continuidad del juego, a través de la precisión y lucidez, en esos detalles que tanto se parecen a la vida.



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Laura Bertolé. Laura Bertolé nació en Buenos Aires en 1976. Es escritora y Contadora Pública. Completó la formación de Escritura Narrativa en Casa de Letras y el posgrado en Escrituras: Creatividad Humana y Comunicación, de FLACSO. Formó parte de varios talleres literarios. Sus cuentos Sala de espera y Afuera, fueron publicados en la revista literaria La Balandra. Participó del proyecto: Audiocuentos de la Nueva Narrativa Argentina, de UnaBrecha. Escribe reseñas literarias y realiza ediciones de textos para distintas entidades. La belleza ajena, por editorial Indómita Luz, es su primer libro de cuentos. Notas de Laura

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