La sal - Adriana Riva

Cuatro mujeres, dos pares de hermanas e la misma familia, emprenden viaje hacia el pueblo natal de las mayores a buscar una caja abandonada. Será mucho más lo que descubrirán en esos kilómetros que las separan de sus hogares
 La sal - Adriana Riva  - Andrea Papini - novela - narrativa - autoras argentinas - literatura argentina - Odelia Editora - leamos autoras

Veranos en Mar del Plata, un árbol de navidad con una estrella de David entre los adornos, adultos fuera de escena y una caída cinematográfica. Esa es la primera imagen de La sal, primera novela de Adriana Riva, que atrapa al lector de entrada.

SEma siempre había sospechado que Elena, su madre, fue culpable por omisión del accidente que a los once años la dejó postrada durante meses y sin participar de la transición entre la niñez y la adolescencia. Mientras sus amigas aprendían a usar corpiño, y vivían tantos otros cambios en el ingreso a una nueva etapa, ella, como una “momia en musculosa”, encerrada en un yeso que la cubría casi totalmente, se aburría de ver películas. El mundo seguía evolucionando sin tenerla en consideración, y ella no sabía cómo pedirle a su mamá que le contara un cuento.

Porque Ema había nacido en una familia a la que define como de “palos de bowling”: una familia que eludía el contacto físico y las demostraciones de cariño. Prudencia, la mucama que no se movió de su lado en toda la convalecencia, que la atendió y le contó historias, fue quien le brindó ese afecto que tanta falta le hacía.

Muchos años después, embarazada de su segundo hijo y manteniendo por inercia un matrimonio desgastado, sigue buscando entender a Elena, a quien considera casi una desconocida.

Ante el vacío de respuestas que la desvela, surge la oportunidad: un viaje a Macachin, el pueblo en el que se establecieron sus bisabuelos al llegar de Ucrania, donde nacieron y se criaron su madre y su tía Sara, y cerca del cual está la salina que serviría de sustento a la familia. También será de la partida Julia, su hermana, con quien dejó hace rato de tener la complicidad de cuando eran chicas, sobre todo desde que se volcó con abnegación total a la crianza de sus mellizos.

Salen entonces a la ruta madre e hijas, tía y sobrinas, hermanas. Atraviesan la provincia de Buenos Aires rumbo a esa remota localidad en La Pampa. El viaje es largo, van haciendo paradas, alternando conductoras y, en los resquicios del camino, entre los tostados y los cafecitos, surgen algunas charlas reveladoras sobre la historia familiar.

La sensación que vamos teniendo al avanzar en la lectura, al enterarnos de los renunciamientos, los actos de generosidad o las muestras de egoísmo de cada una de estas mujeres, es que hicieron lo que pudieron con las vidas que les tocó vivir. Que al fin y al cabo es lo único que podemos hacer. Que no hay madres perfectas, y que aquello que llaman instinto maternal no es para todas, ni todo el tiempo. Quién no haría suyas, al menos por una vez, estas palabras de Ema: “Quería gritarle que era una pésima madre”, a esa mujer que tuvo al lado toda la vida pero que jamás la dejó acercarse.

Detrás de la trama está presente la invitación a preguntarnos sobre el maternar, especialmente sometido a los mandatos y presiones sociales que tantas veces buscan regular nuestras vidas privadas.

En primer lugar, esa especie de obligatoriedad; y al mismo tiempo, la misión imposible de ser buenas madres. Una buena madre como aquella que deja su vida por criar a los hijos, una buena madre como la que amamanta por años, sin dejar de atender al marido y ejercer su profesión, una buena madre como la que siempre está disponible para abrazar, para escuchar, para hacer de chofer o de cocinera. Pero la madre perfecta no existe. A veces no tenemos leche o tiempo de amamantar, a veces no tenemos paciencia para tirarnos al piso a jugar, a veces las patitas de pollo y las salchichas son la única opción posible. Cada una es la madre que puede, la que elige ser o no ser, como Sara.

Mientras tanto, Ema sigue intentando conocer a Elena: se entera de muchos aspectos de su vida que no sospechaba, arma de alguna manera el rompecabezas que le hace falta. De todas formas, cerca del final confirmamos esa sospecha que sobrevoló todo el tiempo sobre el libro: hay ciertas cosas que nunca pueden llegar a entenderse.

La sal es una novela para leer más de una vez, para identificarse con la humanidad rabiosa de cada uno de sus personajes; una novela que se aleja de cualquier pretensión didáctica. Por el contrario, en cada página vamos atesorando preguntas que nos van a hacer salir diferentes del libro.



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Andrea Papini.Andrea Papini nació en Buenos Aires en 1968. Es redactora literaria, lectora voraz, indagadora de las diferentes formas de la escritura. Su ensayo Ángeles caídos fue publicado por la Rio Grande Review, revista de la maestría literaria de la Universidad de El Paso, Texas. Su poema en prosa Esta casa recibió una mención del jurado y fue incluido en la V Antología de la editorial Ruinas Circulares. Brinda talleres de lectura y está terminando su primer poemario.Notas de Andrea

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