Baño de Damas - Natalia Rozenblum
Ana Inés sueña, desea, quiere hacer mil cosas con su vida y su cuerpo -que mucho no le gusta cuando se mira al espejo-, pero con sus setenta y cinco años además de a sus propias decisiones tiene que hacerle frente a un sinnúmero de prejuicios que como sociedad vamos construyendo a medida que los otros van sumando edadLas etiquetas nos calman. Poder ubicar a las personas en lugares previsibles nos hace más fácil transitar la incertidumbre de los días. Dentro de esta catalogación facilista, los adultos mayores quedan como dependientes, improductivos.
Sin embargo, esa especie de predeterminación a la previsibilidad no es posible frente a los personajes de este libro. En Baño de damas, segunda novela de Natalia Rozenblum, a su protagonista, Ana Inés, le gusta explorar su cuerpo en la ducha, se acalora al pensar en Antonio, su ex, tiene la ilusión de volver a conquistarlo. También tiene en mente alcanzar un puesto de poder en su comunidad y va a hacer todo lo que ella considera necesario para lograrlo.
Pese a sus setenta y cinco años y al cuerpo gordo y lleno de marcas que habita y que muchas veces la avergüenza, Ana Inés sigue deseando. Tiene un grupo de amigas: Beta, Silvita, Fanny, Estela, que son de lo más diferentes entre sí, pero que comparten su espíritu y que sobre todo son incondicionales. Todas ellas pasan sus días en el club social del que serían vitalicias si no fuera porque es un privilegio reservado a los hombres. Se mantienen activas haciendo natación, se reúnen a almorzar, a jugar a las cartas; para poder hablar de ellas, de sus familias, de sus novios, para no dejar de estar juntas.
Pese a esa contención, Marisa, la hija de Ana Inés está cada vez más pendiente de ella: si descansa lo suficiente, si se alimenta bien, si se siente sola. Considera su obligación natural cuidar a su madre. Se toma la libertad de instalarse en su departamento. Del otro lado, Ana Inés se siente un poco invadida por su presencia, acostumbrada como está a ser dueña de su desorden, de sus horas de insomnio, de entrar y salir de casa en cualquier momento.
Una vez más el estereotipo es puesto en cuestión por la autora, esa idea de la maternidad como instancia de entrega absoluta, o aquella del anciano inválido y solitario que daría cualquier cosa por tener cerca a los hijos. Muchas veces al querer ayudar no nos damos cuenta de empezar por lo básico: preguntarle al otro qué necesita. Esta novela explora la idea de que una persona con muchos años, mientras esté mentalmente saludable, mientras siga deseando, es igual que alguien de veinte, de cincuenta: puede pensar por sí misma, determinar qué le gusta y qué no, puede proyectar hacia el futuro y seguir siendo independiente.
Lejos entonces tanto de la viejita indefensa como del lugar de la anciana sabia de la tribu, Ana Inés nos muestra sus fallas: su uso entre torpe y descontrolado de la tecnología —usa Whats App, Skype, Facebook, con altibajos hilarantes—, una relación poco sana con la comida, los celos. Por eso hay momentos en que la trama transmite cierta incomodidad al lector: ¿por qué es tan rebelde?, ¿cómo puede desviarse así de lo que esperamos? Estamos tan acostumbrados a juzgar la vejez —tal vez por nuestro propio temor a cómo llegaremos a esa etapa— que por momentos se nos hace difícil de aceptar a esta señora viviendo de una forma levemente osada y a la vez tan divertida. Tan humana, sin embargo, una mujer singular que no se rinde, que sabe escuchar sus deseos y va hacia adelante para alcanzarlos.
Este grupo de personajes se mueve en el ámbito aparentemente estrecho del club, de las cuadras circundantes, los departamentos convencionales en los que viven, el mismo restaurant. Todo al alcance de una caminata o a lo sumo a diez minutos de taxi. Ese mundo de barrio es su universo, el lugar donde desplegar sus sueños. Y para Ana Inés existe, además, otro mundo dentro de ese, el más íntimo de las duchas, el vestuario, el espejo del baño, donde no deja de tratar de reconocerse, aceptarse, disfrutarse como mujer. El gran universo en versiones compactas.
A partir de una historia mínima y cotidiana, la autora logra desarrollar una trama que a cada paso nos interpela como lectores adultos, en el sentido de replantear la vejez como edad que vale la pena ser vivida a pleno. Hay algo de sainete en esta novela: el detalle costumbrista, las situaciones aparentemente insignificantes, el humor presente en todo momento. Como cuando una de las amigas, Fanny, no deja de preguntar con el cinismo propio de quienes ya pasaron por todo: “¿Silvita ya se murió?”
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Andrea Papini.Andrea Papini nació en Buenos Aires en 1968. Es redactora literaria, lectora voraz, indagadora de las diferentes formas de la escritura. Su ensayo Ángeles caídos fue publicado por la Rio Grande Review, revista de la maestría literaria de la Universidad de El Paso, Texas. Su poema en prosa Esta casa recibió una mención del jurado y fue incluido en la V Antología de la editorial Ruinas Circulares. Brinda talleres de lectura y está terminando su primer poemario.Notas de Andrea
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