Sabor a moneda de 50 centavos

Un hombre y su hijo intentando escapar de un destino inexorable, una sociedad secreta, la oscuridad y la búsqueda de la vida eterna, en la última novela de Mariana Enríquez
Nuestra parte de la noche - Mariana Enríquez - libros - autoras mujeres - leer - lecturas - novela - Gonzalo Zuloaga - Premio Herralde novela 2019



Bendecir un esqueleto con vino y ceniza en un santuario. Con sangre seca, salada, cerca de un pantano de lagunas y pastizales que termina en el río. Ka’aru, en Guaraní, por la tarde. Dos caníbales bajo la luna, embarrados, llenos del olor del río: Gaspar y su padre, Juan, brillan en el Paraná entre sus remolinos que acunan muertos bajo el agua buscando compañía por eso producen esos trompos. El río roba, ahoga, traga. Como la muerte. Como la dictadura, cuando los cuerpos de los desaparecidos fueron arrojados por los militares. Y las desaparecidas, sirenas muertas con el vientre lleno de plomo viendo a sus hijos ser apropiados entre manos y violaciones. El sabor a una moneda de 50 centavos. Sabor metal. A sangre seca. A menstruación de Pachamama, que se bifurca en ríos de sangre, mientras Juan y Gaspar leen a Elizabeth Barrett Browning gritar en un poema: “ENOUGH! we’re tired, my heart and I. / We sit beside the headstone thus, / And wished that name were carved for us.”

Ahora imagino a Rosario Reyes Bradford, la madre de Gaspar, como una Mary Shelley teniendo sexo desenfrenado sobre la tumba de su madre, también llamada Mary Shelley. Una tumba con su nombre. Después a su marido muriendo en el mar y ella quedándose con su corazón, literal, esa parte del cuerpo. De hecho, Mary Shelley fue enterrada con el corazón de su marido. Imagino a los allanadores de tumbas de la época vendiendo partes diseccionadas a médicos para crear el cuerpo perfecto: sin alma, un monstruo. Juan y Gaspar son los postmodernos prometeos, los que vuelven a robar el fuego a los dioses. Entre pinturas y discos y vestidos por Balenciaga (así me los imagino), los personajes de Nuestra parte de noche de Mariana Enriquez transitan en círculos de tiza desde 1960 a 1997. Entre folklore y ocultismo, tarot, sacerdotes y chamanes que oran a San Güesito, violado y mutilado por borrachos. Con oraciones a su cráneo que todavía hoy es usado en rituales.

Existen personas con dones, gifted or cursed. Juan es un médium, ese es su don, gift or curse. Un médium es como un cristal negro, un homo superior que se metamorfosea y se monta como una drag infernal, las uñas largas doradas, el halo de Oscuridad y la lengua bífida. La Oscuridad pide cuerpos, y los muertos viajan rápido. Juan, por su don, es comprado por una familia aristocrática fundadora de la Orden, una secta diseñada por y para ricos a base de la explotación de cuerpos de etnia y clase inferior. Salvo los médiums, salvo aquellos que salen a cazar por su don de portal con la Oscuridad, el dios que veneran.

Las familias aristocráticas fundadoras se parecen bastante a la realidad. La fe es el ejercicio de la crueldad y la perversión como caminos a iluminaciones secretas. La amoralidad es una marca de clase: cuanto más se aleja de las convenciones morales, más clara está la superioridad de origen. Algunas son eurocéntricas, otras periféricas, como este germen sudaca: la unión Reyes-Bradford, cada una con sus permisos, privilegios y agenda dentro de la jerarquía universal: cuánto más al centro, mayor poder. El dinero termina siendo un país donde hay ciudades más prósperas que otras, aunque todas son ricas. La patria de la fortuna resulta monótona. Ser ricos iguala a todos los ricos, pero ser fundadores de una secta los diferencia del mundo. Ser ricos significa alimentar el desprecio por el Otro y la incapacidad de dar la dignidad de nombrarlo. Durante el siglo XIX, los Reyes Bradford amasan su fortuna con lo habitual: saqueo, sociedades con otros poderosos, lavado de dinero, entender de qué lado estar en las guerras civiles, y aliarse con los políticos adecuados, aquellos funcionales a la perpetuación de sus propios intereses y privilegios. En el trayecto, son dueños de imprentas, participan de la Campaña del Desierto y reciben tierras del gobierno como recompensa por sus acciones militares. Pero no cualquier tierra. Las más fértiles del mundo. Y una mansión en Puerto Reyes, Misiones, donde asientan un linaje de explotadores versus usados contra su voluntad. Sirvientes y traidores que ellos definen, y una riqueza y un poder edificado sobre huesos, muertes, cementerios.

La materia oscura empuja a las estrellas. Tres cuartas partes del universo son oscuridad. Hay mucha más oscuridad que luz sobre nosotros. La pregunta que subyace en la novela es, ¿cómo alimentarse de la oscuridad sin morir o matar en el intento? Probando, abriendo puertas, que es lo que algunos médiums pueden lograr. Te dejo algo mío, ojalá no esté maldito, no sé si puedo dejarte algo que no esté sucio, que no sea oscuro. Nuestra parte de noche. La tumba del ataúd de cenizas vacío. Nuestra parte de noche. Una noche que devora hasta que no queda nada. Ese diálogo entre Juan y Gaspar, esas palabras, resuenan una y otra vez en la novela. Vuelven. Se van cuando la oscuridad hambrienta zumba con ruido marino y voraz. La posibilidad de irse del lado del otro, o irse al otro lado.

Lo que la Oscuridad dicta a la Orden son las instrucciones sobre cómo obtener la supervivencia de la conciencia de manera lenta, espaciada y enigmática porque la Oscuridad es caprichosa, un dios cruel, y los dioses siempre se parecen a sus creyentes. Los escribas interpretan la Oscuridad, no solo la alaban ciegamente. Aprenden su lengua, escuchan y repiten lo que se impone, y conocen, se atreven, desean y luego guardan silencio. Hermes es el dios de la escritura, pero también de la falsificación, y un culto que no ofrece beneficios para siempre, o al menos durante un tiempo inusualmente largo, por más rico que sea, no construye una fe. En la novela y en la vida, hay quienes se atreven a sacudir los cimientos: cuestionar el Libro, la tradición, desenmascarar el fraude. De eso se trata también, de trazar cartografías alternativas: líneas en mapas que funcionen como texto subterráneo capaz de adivinación y profecía. Que como en la alquimia, parezcan pasos pero en realidad son un proceso. El sentido es el tiempo destinado a ese proceso, no al resultado. El sentido es entrenar la disciplina de la repetición, o como dice uno de los personajes, el enlightened boredom.

El estado de clarividencia, cuando es permanente, es locura. Es necesaria la purga: detener la estirpe, como en las masacres yanquis, rápido y de a una. La tradición y las historias ancestrales se procesan en la reencarnación de la carne. La muerte y el nacimiento funcionan en círculos de tiza, de ceniza, borrables, pero sistemáticos. En cada historia aparecen quienes pueden conformarse y quienes deben rebelarse. El inconformismo es posible solo para quienes no son esclavos. Los demás tienen que pelear. A los que educaron para obedecer, esa comodidad se les acabará. A las díscolas: desobedientes, no revolucionarias; a las locas que dislocan, ese gesto les marcará el destino. Y el amor, como todo, será impuro, ya que la fijación con la pureza es en efecto cobardía. Lo sacro no puede pretender nunca ser limpio. Las relaciones familiares, entre padre e hijo, hija y madre, nieta y abuelo, bastarda y media hermana, la sangre y la política, todas las relaciones filiales, carnales, son descuartizadas. Conducidas por figuras violentas, borrachas, crueles, reales. Para la familia (como institución), todas nuestras relaciones son negocios, el cariño es un bono. Por eso ser huérfano, dice Gaspar, es cargar con cenizas.

Mariana Enriquez constela un universo de galaxias que ya ha recorrido en otros de sus textos: los planetas madre-padre-hijx, el santo pagano, lo queer, la sexualidad, la construcción de la figura femenina como female Other, el reviente y las drogas, el terror local en todas sus dimensiones (estatal, mental), y la explotación del cuerpo, entre otros, todo situado en el Litoral. El cuerpo aparece como materia y eco. No voz. Eco. Ciertas marcas son heridas; otras, las invisibles, deja vus: pre-conscious terrors, from the womb, the tomb, or dreams. Terrores pre-conscientes, desde el vientre, la tumba o los sueños. El cuerpo es objeto de la magia y la ciencia. El pensamiento mítico encuentra algunas de sus referencias en la cábala, el sufismo, el espiritualismo, la necromancia, la alquimia; y su contracara más lógico-científica en la epilepsia, la esquizofrenia, la hiperia, y el éxtasis místico. En la convulsión de ambos, los cuerpos siempre terminan siendo descartables, desencarnados. Para la Orden, en definitiva, transmigrar la conciencia implica ni más ni menos que robar un cuerpo.

Causalmente, Nuestra parte de noche también se te mete en el cuerpo, te viola un poco, te roba la conciencia un rato, quedás medio somatizado, con esas marcas, esas voces, esos ecos. Incluso la construcción de la narrativa es polifónica con el ingreso de testimonios, investigaciones, poemas, pinturas, canciones. La antropología simbólica, de la religión, la etnografía guaraní y el postcolonialismo, con la recuperación del relato sobre la médium Olanna, bordean y amplían la historia. El contacto entre lenguas pone en tensión la dimensión centro-periferia y colorea el mapa de relaciones entre lengua y poder desde las familias lingüísticas indígenas hasta el discurso del imperio. La novela puede ser leída como una refundación: un libro sobre mitos locales, iguales a los que Rosario Reyes Bradford leía en inglés sobre los seres de las islas británicas. Su poder ritual y el poder político de la santería popular desde las vísperas de la conquista hasta la actualidad.

La novela abre múltiples portales y trazos de lectura, no solo dentro de su craft narrativo sino hacia afuera. Los hipervínculos, como los muertos, viajan rápido: Lovecraft, Stephen King, Drácula, Frankenstein, Keats; pero este procedimiento no se agota en la literatura. Es lo popular lo que domina: imaginar a Mercedes Bradford protagonizar Death becomes her, a Rosario chapar con David Bowie, a Florence Mathers como Florence Welch de Florence + The Machine, y a Anne Clark como la vocalista de St Vincent. Todo se entrelaza con las acciones y escenarios que Enriquez teje cuidadosamente a través de su escritura, porque sabe: se roban los recursos, no las ideas. Nuestra parte de noche podría ser un libro de culto. De esos malditos como The Catcher in the Rye de J.D. Salinger. Un libro que un asesino serial podría elegir para suicidarse, o para salir a matar. El resto podemos disfrutarlo como lo que suena: una pieza fundacional del gótico argentino tropical.



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Gonzalo Zuloaga. Gonzalo Zuloaga nació en La Plata, entre sus diagonales y universidades. En 2017 editó su primer poemario Predicciones del Año Kitsch con Peces de Ciudad. A este le siguió Hackers D.O.S, fanzine co-producido con Jule Gore e ilustrado por Clara Spaltro. Es columnista de la revista trenINSOMNE, escribe para la colectiva Extrañas Noches Literatura Visceral, y comparte poemas en su Facebook y en Ciudad Kitsch su blog personal. Fue ganador de Mención Especial por unanimidad en el Primer Certamen Nacional de Literatura (2016, Conurbana.cult) en la categoría poemario por su obra Resucitando Edipos, publicada en la colección Voces del Cono Sur. Algunos de sus textos fueron seleccionados para su publicación en la revista Monolito Arte y Cultura (Méjico) y las antologías Palabras en Flor (España), En el momento del caos y Al filo del remolino (Ediciones Frenéticos Danzantes, Argentina). Participa en recitales de poesía, condujo la sección #cóctelypoesía en el programa La Terraza por Radio Provincia FM 97.1, y conduce Krakatoa, programa radial que sale al aire todos los sábados, también, por Radio Provincia FM 97.1. Notas de Gonzalo

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