Las malas - Camila Sosa Villada
"Lo que la naturaleza no te da, el infierno te lo presta", dice la narradora/autora de la novela Las Malas, describiendo en una frase el mundo de las travestis y de quienes se acercan a él buscando aquello que no se animan a nombrar
Una fraternidad de travas. En la casa de La Tía Encarna, su pensión de dos plantas pintada de rosa, las travestis desnudas, con sus cuerpos de dioses, tetas y penes enormes que a veces más dormidos, a veces más despiertos, a veces puestos con Viagra, activan y desactivan, se recuestan sobre sillones. Lejos, por un rato, del linchamiento social, del arte de la transparencia, o invisibilidad, en complicidad de huérfanas. Camila nació bajo amenaza: vas a aparecer muerta en una zanja, le repetía su padre, ¿te imaginás?, cuando venga la policía a esta casa y nos haga ir hasta la zanja para reconocer tu cuerpo muerto disfrazado de mujer. La vergüenza. La hipocresía de un pueblo que fagocita a sus seres deseantes con sus normas de atril, su señorío fiambre, la patrulla moral que autoproclama sus prejuicios como verdad y se indigna convierte a esos seres deseantes y sujetos de derecho en objetos de consumo que el mismo pueblo, hipócrita y dogmático, consume y luego desecha. Las travestis son objetos desechables donde el pueblo puro va a experimentar sus pecados. Va a mirarse a la cara con el diablo. Y como dice Camila: lo que la naturaleza no te da, el infierno te lo presta. El daño sin tregua al cuerpo de las travestis es una huella de odio. Cortaduras, cicatrices ruines y misteriosas, tetas y caderas con moretones, aceite de avión para moldear el cuerpo. El cuerpo de las travestis es una guerra. Las emancipadas del chongo, del capitalismo formal, de la familia y la seguridad social también lo están del amor. De la posibilidad de dar y recibir amor.
La amenaza de que si mi hijo sale puto o drogadicto –al mismo nivel– lo mato es el anuncio del padre de su futuro asesinato. Cómo no desear morir desde la infancia. Cómo no construir una identidad y un cuerpo a base de violencia. Y un hijo puto es un hijo femenino. Un varón que se parece a una mujer, por eso la travesti es el gran pecado familiar inconcebible. En definitiva, la muerte está siempre dada por lo femenino. Es todo aquello que esté cerca de la figura de mujer que debe morir. Ahí las huellas de odio, en cada femicidio diario, en cada travesticidio olvidado. El paraíso para una travesti es la casa de La Tía Encarna, decadente pero llena de color, de labiales, de tacos de acrílico altísimos, las risas y los dixits, la noche como salvación.
Las formas que toma el miedo llevan detrás la cara del padre, y del mismo modo, para el padre llevan la cara del hijo puto. El terror mutuo que engendra el llanto de las travestis. El miedo solo se olvida cuando se tiene plena consciencia de la soledad. Una revelación que le da un cachetazo a Camila, cuando se desvanece en la calle en pleno centro y más tarde se despierta llena de mierda de perro mientras la gente camina y la ignora deliberadamente.
¿Cuánto estuvo ahí tirada, desmayada? ¿Cuánta gente pasó y esquivó el cuerpo olvidado de una travesti? Ese tipo de soledad hace que se olvide el miedo. Contra el peligro, contra la luz del día, para las travestis la violencia es un baño bautismal permanente. Todos son enemigos, y la merca es su armadura de sombras.
Una puta embarazada –la única concha entre las travas– da a luz a dos niños, todavía con pasto en el pelo porque atiende entre los árboles del parque, y Camila mira y desea que los niños mueran, en ese instante, en su nacimiento antes de que la apropiación de la cultura sobre ellos sea inevitable. Camila piensa en muerte y en su padre. Son sinónimos. Cómo distanciarse del padre, de la figura de hombre para transformarse en la mujer que desea por necesidad. Una mujer como Cris Miró, la primera vedette travesti reconocida en televisión por los años en los que transcurre la novela. La Evita de las travas, escribe Camila. La belleza es ferocidad y lo feroz es una fracción doliente e inolvidable que se ejerce en la mirada, en el modo de hablar, y hasta en el modo de intentar ser invisible. No se puede obviar la llamada del destino. La ferocidad es un acto de fe travesti. Tanto como el amor: mendigarlo, juntarlo de a pedacitos, romperlo, estrujarlo y aferrarse a él como a un dios febril, un monarca que se para frente a una princesa puta.
La patria travesti es su cuerpo. Su cuchillo. El bicho. Y su existencia suicida. La mentira es su recurso de asimilación. Agachan la cabeza y logran el don de la transparencia, un don ancestral, un don bautismal. Una noche La Tía Encarna encuentra a un bebé abandonado en una zanja, herido y ensangrentado. Un moisés desechado, que naufraga hasta las grandes manos de esta matriarca. Lo llaman El Brillo de Los Ojos. Es una gema, un tesoro escondido en el corazón de la pensión trava. Las chicas se asoman por las ventanas y admiran al niño, lo miman, lo cuidan, lo bañan. Y lo esconden, porque la infancia y las travestis son imposibles de combinar. La Tía Encarna encarna padre y madre de ese niño, le susurra, le canta. El embrujo en sus palabras que ahora mandan al recién nacido a dormir es el mismo que conjura cuando ataca, los dientes cuchillos, como fauces hambrientas sobre sus victimarios ahora víctimas, cuando la furia travesti despierta. El momento en que se acuesta desnuda en una cama a esperar al cliente y activa el principio de autopreservación: la piel erizada como un gato amenazado, lista para el golpe o la negociación. “Una puta que se precie nunca cede. Es el momento de hacer que el cliente se pliegue al deseo de la puta y crea que ese es su deseo. Y hacerlo pagar por eso.” Puta y madre, travesti y empresaria, padre marica todas las categorías bordan mortajas con lentejuelas. Hacen de un velorio una fiesta. Fiesta y furia, fiesta y furia travesti dice Juan Forn en el prólogo. El humor es una manera de reírse del dolor, tentarse de la desgracia, de lo inevitable, de la muerte. La transformación de la tragedia en parodia de sí misma. Y la intrusión del fantástico como humor negro: La Tía Encarna con sus exagerados 178 años cuando la esperanza de vida de las travestis en Argentina va de 35 a 41 años; María la Muda, transformada en pájara, con sus plumas creciendo lentamente en su columna, en los brazos, hasta terminar encerrada en una jaula. La Machi, bruja y orácula, santa pagana de la mitología travesti, seres místicos y hadas putas que sobrevuelan el bosque del Parque Sarmiento en los tempranos 2000 ofreciendo su magia y sus servicios. Las historias se entrelazan, se forjan y luego desaparecen. La familia travesti también se desintegra. Pierde territorio, el Parque, la casa, el niño, La Tía Encarna, la gran protagonista de los ojos de la narradora, Camila. Pierde todo menos el cuerpo, que lo pone en las persecuciones policiales, contra el enemigo. El enemigo que es el mundo las recorta y separa y las arroja a las alcantarillas de la ciudad como cucarachas muertas que caen de espaldas y mueven las patas hasta que se dan vuelta y retoman paso y sobreviven, como malas cucarachas, a cualquier desastre natural o naturalizado. Las travestis unidas jamás serán vencidas. Morirán, pero su legado será eterno. Dos partes del texto, de esta novela inmensa que se lee en una tarde, Las Malas, de Camila Sosa Villada, dos partes que lo arman y lo cierran:
“El padre enseña el arte de la crueldad, la madre enseña el arte de la manipulación. El hijo sabe matar gallinas a los seis años.”
“Le pregunto si alguna vez ha estado con una travesti y me dice que no. Le digo que es como si te mordiera un vampiro: algo irreversible.”
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Gonzalo Zuloaga. Gonzalo Zuloaga nació en La Plata, entre sus diagonales y universidades. En 2017 editó su primer poemario Predicciones del Año Kitsch con Peces de Ciudad. A este le siguió Hackers D.O.S, fanzine co-producido con Jule Gore e ilustrado por Clara Spaltro. Es columnista de la revista trenINSOMNE, escribe para la colectiva Extrañas Noches Literatura Visceral, y comparte poemas en su Facebook y en Ciudad Kitsch su blog personal. Fue ganador de Mención Especial por unanimidad en el Primer Certamen Nacional de Literatura (2016, Conurbana.cult) en la categoría poemario por su obra Resucitando Edipos, publicada en la colección Voces del Cono Sur. Algunos de sus textos fueron seleccionados para su publicación en la revista Monolito Arte y Cultura (Méjico) y las antologías Palabras en Flor (España), En el momento del caos y Al filo del remolino (Ediciones Frenéticos Danzantes, Argentina). Participa en recitales de poesía, condujo la sección #cóctelypoesía en el programa La Terraza por Radio Provincia FM 97.1, y conduce Krakatoa, programa radial que sale al aire todos los sábados, también, por Radio Provincia FM 97.1. Notas de Gonzalo
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