Rafael Gumucio: “Los libros son la forma más física de la inmortalidad”
Crítico de la realidad social y amante sin tapujos de la literatura chilena, el escritor Rafael Gumucio nos habla de su obra y de su vida.
Rafael Gumucio es escritor y periodista, pero este camino no comenzó con una fuerte vocación por las letras sino por una decisión racional. “Cuando era muy niño había decidido que en mi vida tenía que ser algo artístico, nos cuenta Gumucio. En mi familia es algo bastante normal ser artista y como no tenía mucha cualidad para nada me fui moviendo de arte en arte”. Así pasó por la idea de ser pintor, hasta que su hermano Ignacio demostró ser más talentoso en esta rama artística. La actuación y el ballet también fueron descartados, “tener que usar mallaas pegadas me asustó”, justifica Gumucio como causa de este abandono. Y decidió, a los ocho o nueve años, que iba a ser escritor, aún no leía ni escribía más que los otros niños de su edad, pero analizó la vida de algunos escritores y decidió que eso era lo que quería para él.
“Decidí que la escritura contemplaba todos mis sueños, que eso era lo que quería hacer y todas mis energías estuvieron centradas en ello. Decidí ser escritor antes de escribir, encontré en la literatura una forma de vida, una forma de ser y de eso no me moví más. No es que yo leyese o escribiese y luego dijera voy a dedicarme a esto, sino que decidí ser escritor y luego comencé a leer y a escribir. Pensé qué forma de vivir y de pensar se adecua a mis cualidades y defectos, y la escritura lo hace”, sostiene.
Luego de esta decisión definitoria, con años de psicoanálisis encima y con los problemas, propios y ajenos, bastante identificados por estas horas de análisis, Rafael Gumucio se suma a los escritores que usan las letras para conjurar demonios. “Escribir para mí es bastante autoayuda, aunque no sé si ayuda tanto, si sana. También ayuda a olvidar escribir, muchos de los problemas que he sufrido o que he vivido, al escribirlos dejan de importarme, se convierten en algo ajeno, de los demás. Ese es el consuelo de la escritura, pero por otro lado es un poco psicótico, que tus problemas, tus traumas, se conviertan en algo ajeno. Dejo de tener contacto con ellos, esto tan doloroso que me pasó ya no me importa”.
Esta capacidad que ha logrado desarrollar de identificar problemas le permite también mirar a los otros en profundidad y, a partir de allí, construir personajes complejos, llenos de aristas y completamente humanos. Tan humanos y reconocibles como Carmen Prado, la protagonista de su última novela “Milagro en Haití” (Literatura Random House/2016) y de Eloide, la criada que acompaña a Carmen en uno de los momentos más difíciles, extraños y a la vez reveladores de su vida.
“Milagro en Haití” surge de la experiencia personal del autor ya que su madre vivió en el país caribeño varios años y tuvo la oportunidad de conocer el Haití real, con todas sus contradicciones. “Conocí la pobreza haitiana – recuerda-, la más absoluta pobreza y también la riqueza haitiana, donde están el lujo y la vida privilegiada, y eso me resultó interesante. Escribí varios reportajes sobre el tema, pero luego de los reportajes todavía me quedó un residuo mental al que quise transformar en novela, y comenzaron a salir voces, y esas voces comenzaron a contar historias”.
Y entre esas voces aparece la de una mujer, que finalmente será Carmen Prado “una mezcla entre mi madre, mi abuela, muchas amigas de ambas. Es una mujer chilena, sospecho que hay también alguna peruana, ecuatoriana, boliviana, hasta argentina. Una mujer que cree que ni la muerte la va a tocar, que está por encima del bien y del mal”. Una mujer muy enojada, con un enojo desbordante que viene de la frustración ante su propia vida. “Está enojada porque su vida ha sido un gran fracaso –aclara Gumucio. Es una persona que tiene una energía sobredimensionada, una fuerza muy fuerte pero no la ha usado en nada trascendente. Lo único que hecho es casarse y tener hijos, pero no quiere a sus hijos y tampoco quiere a su marido, entonces ¿qué queda, frente a la muerte, qué le queda? Nada. Fue alguien que tenía una energía llamativamente poderosa y con la que no hizo nada. No sé si eso es lo que la enoja, pero por lo menos la hace pensar: ¿por qué soy así? ¿qué estoy haciendo? ¿qué es lo que me mueve? Eso es lo que la enoja, y es capaz de muchas más cosas que sus congéneres, ¿y en qué ha usado esa capacidad? En caprichos, y eso puede ser muy doloroso”.
- ¿Quiénes son tus referentes culturales?
- Son tantos… Para mí los cineastas, Welles, Buñuel, Herzog, son figuras culturales tan importantes como podría ser un escritor. El libro “El último suspiro” de Buñuel fue un libro que para mí fue un antes y un después. Leer “El ciudadano Welles” de Welles y Bogdanovich también, o el de Truffaut “Las películas de mi vida”. Para mí una buena película es como una novela, Fellini o Godart no están fuera del género novelístico, al contrario. Borges, Passolini, tengo muchos referentes, muy cambiantes. Los que más me guiaron cuando era chico fueron los franceses, Cocteau, Sartre.
- ¿Y entre los escritores chilenos?
- Primero están los poetas chilenos que son otra categoría, son los escritores que en lengua castellana están más cerca de lo que uno podría llamar la modernidad, los mayores renovadores del lenguaje. Parra, Neruda, Enrique Lihn, son para mí referentes obligatorios, necesarios y diarios de lectura. Y en narrativas está por un lado Manuel Rojas que es un escritor realista y existencialista, y Donoso que transforma todo en fantasmas, en monstruos, en demonios, un gran escritor.
- ¿Cómo ves a la literatura chilena actual?
- Hay dos estéticas, a mí me costó mucho involucrarme en ellas, llegué muy tarde y me costó mucho encontrar escritores chilenos que se ajustaran a lo que yo pensaba que tenía que ser un escritor. No así con la poesía, que me encontré enseguida en mi terreno. La narrativa siempre fue un poco más acompasada, más lenta que la poesía, la que gracias a Neruda entró a dialogar con la poesía del SXX. Yo era un gran discípulo del surrealismo francés y cuando llegué a Chile me encontré con que los poetas surrealistas chilenos eran mucho mejores que los franceses, entre Pablo Neruda o Vallejos – que no es chileno pero es peruano que es lo mismo- y todos los poetas surrealistas franceses no hay comparación. Cuando llegué de Europa, que estaba imbuido de esta especie de espíritu vanguardista, surrealista, al leer a los poetas chilenos sentí que podía respirar, pero cuando leía novelas no era así, no era tan liberador, eran todos novelistas realistas. Ahora no, entre medio ha habido un gran cambio. Me gustan los escritores de vanguardia. Donoso es un gran maestro en Chile, Bolaño también, de una forma distinta, porque hace este puente entre la poesía y la narrativa chilena, y mis contemporáneos también, son gente que tienen que ver mucho con este diálogo. Siempre ha habido esta especie de injusticia de que la poesía chilena estaba siempre en diálogo con la poesía norteamericana, del mundo, y la narrativa teniendo todas las cualidades del mundo seguía siendo muy conservadora. Mi generación y la generación que viene inmediatamente después de la mía han roto este tabú, no hay mejor narrador chileno que Zurita y que Parra, son dos grandes narradores que han escrito en verso. Lo que ellos escriben y escribieron es la novela chilena, hay algo en esa nueva poesía que es profundamente narrativa.
- Finalmente: ¿por qué escribís?
- Ha sido difícil preguntármelo porque yo escribo para no morir. Siento que escribir me va a permitir no morir, lo que es una estupidez porque voy a morir igual. Nicanor Parra decía “me estoy muriendo y mientras tanto me entretengo creando figuras, creando cosas”. Me entretengo jugando a ser Dios un rato, es mi forma de vengarme de él, decirle “yo puedo hacer de ti un rato”. Conozco varias ideas de mortalidad y creo en ellas, pero se ve que no creo lo suficiente como para pensar que después de muerto voy a ir al paraíso, al purgatorio o al infierno. Creo en eso intelectualmente, pero no realmente. Creo en la inmortalidad de que puedo comprar un libro de Borges y leerlo y voy a estar conversando con él. Esa inmortalidad es la única que yo he conocido real y empíricamente, y estoy postulando ahí, aunque me da pena que no vaya a estar yo de cuerpo presente, es la única inmortalidad a la que aspiro. Los libros son la forma más física de la inmortalidad.
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Soledad Hessel.Editora/Redactora de trenINSOMNE. Periodista. Siempre supo que las palabras eran lo suyo. Escribe y lee desde que recuerda y tiene una pasión por los libros como objetos de culto. Conductora del programa radial "A la vuelta de la esquina" por radio La Desterrada. Coordinadora del ciclo de lecturas on-line "Lecturas en el tren". Columnista de literatura y cultura en medios gráficos y radiales. Fue corresponsal del diario La voz de Santa Cruz y de la Revista En acción de La Plata en la Ciudad de Córdoba. Además, fue miembro del Comité de Redacción y Editora del Boletín de Divulgación Científica de la Universidad Nacional de Córdoba. Notas de Soledad