Cecilia Fanti: "La literatura que parte de la vida y va hacia la literatura me interesa como lectora y como escritora”

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Libros, maternidad, escritura. Con una novela recién salida de imprenta y estrenando local con su librería, conversamos con la escritora y librera Cecilia Fanti acerca de todas las dimensiones que componen su vida

Librera, escritora y “peleadora” -según sus propias palabras- Cecilia Fanti es una observadora aguda de la realidad social, política y literaria. Desde “Céspedes”, la librería que lleva adelante desde hace tres años en el barrio de Colegiales, recomienda aquellos libros que de una u otra manera lograron sacudirla y llegarle al alma, desde sus propias palabras, a través de sus dos novelas busca pensar y pensarse, poner en texto sus obsesiones. A finales del 2020 publicó su segundo libro “A esta hora de la noche” (editado por Rosa Iceberg), en el cual, y en formato de diario, va narrando su embarazo, el nacimiento de su hijo y sus primeros meses, tropezando con sus dudas, pero haciendo pie con sus certezas por una etapa emocional y físicamente desestabilizadora que -a quienes hemos pasado por esa experiencia- nos hace armarnos y desarmarnos a cada instante.

En su primera novela, “La chica del milagro” (Rosa Iceberg/2017) el texto puede leerse como una declaración propia e íntima, sin lugar a la repregunta, a la duda. Un auto la levantó por el aire en una esquina, le destrozó la columna y los médicos harán lo que hay que hacer, lo que su saber les indica para poner todo en su lugar -o lo mejor que se pueda-. En cambio, en “A esta hora de la noche” la chica que acató hace algunos años, hoy es una mujer que ha leído, y conversado y debatido sobre el tema, la maternidad la encuentra con un bagaje -al menos teórico- que no tenía años atrás. Y opina, y retruca y sobre todo decide sobre ese cuerpo que es suyo, cuerpos femeninos que las instituciones se empeñan en infantilizar negándoles el saber ancestral.

- A finales de 2020 publicaste “A esta hora de la noche” tu segundo libro ¿cómo fue la experiencia de escribir y publicar en un año tan difícil?

- Con este libro me pasó algo muy curioso que es que me agarró la salida del libro justo en el momento en que estaba mudando la librería. ¿Qué fue lo que me pasó? Viste que la neurosis ataca cuando puede hacer foco y en este caso como no podía hacer foco porque tenía dos frentes tan importantes, la neurosis se diluyó. No pudo atacar a ninguno de los dos. El libro salió un poco sin que yo le pudiera prestar atención, o toda la atención que una le prestaría a un libro apenas sale y empezó a hacer su recorrido en el medio de la mudanza de la librería y eso me relajó mucho, porque en la medida en que yo no esperaba o no estaba atenta a eso, llegaban las devoluciones, llegaban las lecturas. Estoy muy contenta con el resultado del libro en general. Porque me parece que es un libro un poco urgente, un libro que escribí en poco tiempo, en circunstancias un poco complejas como la maternidad y la pandemia, y que en la medida en que lo iba escribiendo fue apareciendo lo que creo es lo que más me gusta del libro: la dimensión de la infancia, lo que lo convirtió en un libro más honesto. Con el producto final en la mano, veo al libro como una unidad, como un todo. La dimensión de la infancia, que faltaba desde el principio y apareció sobre el final del proceso de escritura resignificó la idea de origen, resignificó todo el camino de esa narradora.

- En “La chica del milagro” narrás una parte de tu vida, de un accidente que te deja postrada y tu posterior recuperación, y sobre el final la muerte de tu mamá. En “A esta hora de la noche” comenzás con el duelo por esa muerte y luego contás lo que tiene que ver con tu maternidad, es como si fueran la continuación uno de otro. ¿Cómo surge la idea de contar esta etapa?

- Empezó un poco más crudo en el registro cotidiano, en cierta idea de diario. Venía leyendo mucha literatura no sólo de maternidad sino también de duelo, mucha literatura de experiencia que es en gran medida la literatura que a mí me gusta, que me gusta investigar, que me gusta leer, por sobre otros géneros. Y en el medio empecé a escribir este diario, que fue cobrando la forma de pasaje del diario del duelo al diario de la maternidad. Cuando nos pusimos a hablar con Marina (Yuszczuk, editora de Rosa Iceberg) sobre la posibilidad de publicar otro libro con la editorial, le dije que tenía un proyecto más viejo con el que todavía estoy trabajando. Este proyecto tiene que ver con otra dimensión, que es la dimensión de la colonia rural en la que se crió mi madre, y es un trabajo más de investigación y de no ficción un poco más pura, pero también tenía estos textos en los que estaba trabajando, y ahí empezamos el intercambio. Usé, como en La chica del milagro, al diario como esos papeles fuentes para después elaborar la escritura, y empezaron a aparecer estos texto. La temporalidad del texto se extendió por un montón de motivos vinculados con la pandemia, el libro iba a salir originalmente entre julio y agosto, pero las editoriales no sabían si publicar o no publicar, era un momento de mucha incertidumbre y esos meses que tuvo el libro de aire de dejarlo asentar, permitieron que aparecieran textos nuevos, algunos más vinculados con el contexto actual, que tenían que ver con la pandemia, con la vida doméstica y con esta intensificación del puerperio, y por otro lado estos textos que hablan de la dimensión de la infancia. Cada escritor tiene su mundo, a mí me sirve escribir para pensar, para pensarme, para pensar mis contradicciones. Ahí uno puede preguntarse quién es el objeto de estudio, ¿puede ser que sea yo misma? Puede ser, lo interesante ahí creo yo que es que el resultado es un artefacto distinto. Siempre cito a Lorrie Moore, cuando ella se enoja porque le preguntan si sus cuentos están basados en su propia experiencia, y ella dice “si, pero los narradores viven ahí para siempre, no evolucionan”. Ese argumento un poco me relaja. Si, es verdad que son dos etapas distintas, que nacen en mi vida y que se mudan o yo las mudo a la literatura, no sé si para inmortalizarlas, o para dejarlas, pero son eso que me obsesiona. Claramente hay una serie de patrones que se repiten, por ejemplo la dimensión corporal, qué es lo que pasa con un cuerpo intervenido en cualquiera de sus formas. Y en este caso “La chica del milagro” y “A esta hora de la noche” hacen espejo. También por eso me parece que tiene sentido que los dos estén en Rosa Iceberg, que hay ahí una continuidad entre ambos libros, que se pueden leer como una primera parte y una segunda parte.

- En tus libros encontramos al cuerpo casi como un personaje más de las historias que vas contando, la adaptación del cuerpo a las situaciones que le toca vivir ¿es el cuerpo en tus textos, un disparador de la escritura?

- Creo que en estos dos casos si, es el cuerpo atravesado por elementos. Si bien en el primero, “La chica del milagro”, hay un cuerpo atravesado por una situación accidental, un accidente, algo que se quiebra y que la intención es directamente sobre el cuerpo, me parece que “A esta hora de la noche” trae con la dimensión física del embarazo, además de los efectos que tiene sobre un cuerpo, algún proceso que tiene que ver con las emociones, con los sentimientos, o con una situación completamente externa como puede ser una pandemia. Me gusta mucho pensar desde las acciones la escritura, y desde ahí pensar qué pasa con un cuerpo que está inmóvil, qué pasa con un cuerpo que es intervenido, en los dos casos se juega el cuerpo como objeto de estudio de la institución médica. Ahí aparecen como dos elementos que a la vez hacen espejo pero de manera opuesta, porque si en “La chica del milagro” la chica se entregaba a ese saber, que con su intervención iba a mejorar, le prometía otra calidad de vida, en “A esta hora de la noche” la narradora dice “hasta acá es lo que ustedes saben y hasta acá es lo que yo decido”, entonces ahí hay también mucha lectura. Este año estuve conversando con Esther Vivas la autora de “Mamá desobediente”, y ella habla en uno de los capítulos de su libro de cómo a las mujeres nos quitaron ese saber sobre nuestro cuerpo. Pensando en las matronas, en las doulas, en todo el mundo que no es médico y cómo las mujeres pasamos a estar infantilizadas por un saber médico dominado por hombres. En “A esta hora de la noche” lo que me pasaba era que iba pensando cosas, leyendo cosas y a la vez entendiendo procesos de otra manera y discutiendo también conmigo, para mí es un libro que conversa un poco más. Quizás “La chica del milagro” es un poco más narrativo y pone la experiencia al servicio de la literatura y cuento mi historia, creo que “A esta hora de la noche” intenta conversar sobre cuestiones históricas, cuestiones de coyuntura, obviamente partiendo de una experiencia particular.

- “La chica del milagro” es una narración más interna, más personal, más íntima desde el momento en que es esto lo que me está pasando a mí, a mi cuerpo. En cambio, en “A esta hora de la noche” dialogás con la realidad, planteas temas políticos y sociales con los cuales vas dialogando, el aborto, la pandemia. Es tomar decisiones políticas y contarlas. ¿Cómo esos temas políticos y sociales se meten en tu escritura?, ¿es una decisión?

- Yo creo que vienen de la mano de la maternidad. Cuando decimos que maternar es un acto político, estamos hablando de eso, y estamos hablando de debates y discusiones que a veces damos hacia el interior de nuestros hogares o que las mujeres vienen dando en sus lugares desde que el mundo es mundo probablemente y que de a poco van tomando lugar en la agenda pública, en la agenda del estado, en la agenda política. Eso permite que algunos derechos se amplíen, otros derechos avancen, otras cosas no. La maternidad en algún punto, o lo que yo trato de contar en el libro, abre un nuevo paradigma. De preguntas, de contradicciones también. Hay algo que para mí es fundamental. En el libro lo intenté, no sé si lo logré, pero lo intenté, que es el tema de la dimensión económica. La dimensión a partir de la cual una mujer decide ser madre y no son las mismas circunstancias para todas, entonces en qué medida las madres les exigimos a otras madres cosas desde un lugar muy personal y muy único. Desde la dimensión de tener a alguien a quien vos le pagas para que te ayude a criar a tu hijo, no tener que mirar el precio de los pañales, toda una serie de elementos que hacen que una maternidad sea distinta a la otra. A mí también me parece interesante que cuando hablamos de maternidades, no nos hagamos los tontos a la hora de decir “todas las mujeres tienen que dar la teta”, porque no es lo mismo dar la teta si vos tomás agua mineral o vivís en un lugar donde hay agua corriente, que si no hay agua corriente en tu barrio. Me empezaban a pasar esas cosas, y como soy peleadora, en la escritura del libro me empezaba a pelear con propios y con ajenos. Y muchas veces no llegaba a una resolución, pero también es eso, uno va pensando en el proceso, y en el proceso va apareciendo esa dimensión política donde la decisión es no mirar para otro lado. Y también aparecen las cuestiones de género. Uno de mis capítulos favoritos es “No me la banqué”, es un capítulo super antipático en un montón de aspectos, porque genera una división quizás un poco “chota” entre cargas de hombres y mujeres, pero también es algo que si vos mirás las estadísticas, de tu grupo de amigas al mundo, en algún punto hay algo de esa carga o responsabilidad que debería ser compartida en partes iguales que no ocurre de esa manera. Y no solamente no ocurre de esa manera, si no que no se juzga de la misma manera. Como que ahí me parecía que estar escribiendo un libro de estas características, era la oportunidad de cantar las cuarenta, de no ser tibia con eso, de no decir no cuento esto porque puedo molestar. Ya sabemos que la literatura cuando se esconde o cuando evita el bulto peca de tibieza, o peca de quedarse a mitad de camino. Quería poner el foco ahí porque me parece que eso reafirma de alguna manera que maternar es un mundo de preguntas, pero de alguna manera también es político.

- Hablabas hace unos minutos sobre tus obsesiones, ¿escribir es una forma de liberarlas o de hacer una especie de catarsis?

- Escribir, para mí, es sobre todo leer, y escribir es una manera de procesar, y procesar es pensar. Soy una persona que tiende a llevar diarios. De esos diarios a veces aparecen pequeñas ideas, o pequeños disparadores. Yo creo que la escritura puede cumplir un montón de roles en la vida de cualquier persona, y esa para mí es como la discusión más interesante, de ahí a que eso sea un objeto estético o literatura hay una serie de pasos, bien o mal logrados, y sobre todo hay una intencionalidad estética atrás de eso. Por eso también muchas veces suena antipático preguntarse qué es lo que está adelante de esto ¿a mí qué me pasa? Yo escribo porque es lo que amo, escribo desde antes del accidente y hay elementos que empiezan a aparecer y voy descubriendo que la literatura que parte de la vida y va hacia la literatura me interesa. Me interesa como lectora y me interesa como escritora. Pero después, creo que la literatura en la vida de los lectores en general y de los escritores en particular cumple un montón de funciones. La pregunta es qué hacemos con eso. También son tiempos un poco raros, donde el mercado se ha diversificado tanto que cualquier cosa puede ser un libro, hay mucho libro que tiene que ver con lo que está pasando y no necesariamente es literatura, sobre lo que hablamos nosotros es sobre libros literarios. Esos libros que pretenden, en gran medida, durar para siempre o lo que la circulación les permita.

>- Hablando de circulación ¿cómo vino este 2020 con respecto a la circulación de los libros en medio de la pandemia?

- Como con todo, vas a encontrar dos miradas contrapuestas. Yo, desde Céspedes, lo que te puedo decir es que frente a la incertidumbre de los primeros meses, supusieron un esfuerzo muy grande para las librerías (y para los editores también). Una librería que está acostumbrada a abrir las puertas, y recibir a la gente y nada más, y con suerte tiene una línea telefónica y redes sociales, se vio de la noche a la mañana en la necesidad de volcar toda su estrategia de ventas hacia las redes sociales y a la comunicación por whatsapp, la construcción de una tienda on-line si se pudiera. Por lo tanto, fueron meses complejos de mucho trabajo y de mucha adaptación. Creo que en esa adaptación a unas librerías les fue mejor que a otras, hay librerías que respondieron muy rápidamente a esa exigencia y librerías a las que les costó mucho o les costó más. También influyó la ubicación. Una librería en Av. de Mayo, acostumbrada a una circulación muy grande todos los días y que de repente no puede abrir, no es lo mismo que una librería de barrio. No solamente por sus dimensiones sino por el volumen de ventas, por la cantidad de gente que circula y demás. Creo que ahí se vieron dos realidades distintas. A nosotros nos fue muy bien, logramos expandirnos cerca de fin de año, mudarnos a un local más grande en el mismo barrio para seguir haciendo lo que estábamos haciendo, que es vender los libros que nos gustan. En la medida en que la actividad se vio habilitada a los cuarenta días que se dio el aislamiento -fue una de las primeras en poder volver en la modalidad on-line y telefónica- y las editoriales vieron que las ventas se sostenían, creo que eso envalentonó para seguir publicando. Fue raro, ahora que estamos en este local más grande donde podemos recibir gente, es devolverte a vos como librero y al cliente una experiencia, que durante la pandemia la tuvo obturada. Lo que más escuchábamos era “como extraño entrar, cómo extraño dar una vuelta, tocar los libros, elegir”, claro, porque las librerías, sobre todo las literarias, las independientes tenemos el elemento de la permanencia. Nosotros no queremos que el cliente se vaya, no estamos apurados para que el cliente resuelva su compra y se vaya. A nosotros nos pasa mucho que clientes que nos siguen comprando por whatsapp, cuando vienen a retirar el libro dicen “me doy una vueltita”, y da una vueltita que puede terminar en una venta o no. Lo que nosotros vemos como el cambio más grande, es el haber podido mudarnos a un local más grande, con posibilidad de ingreso de público, que nos devolvió la experiencia librera, las librerías de libreros queremos recomendar, queremos charlar con el cliente, saber qué estuvieron leyendo, no sólo despachar. También creo que ese es un diferencial que se visibilizó durante la pandemia, se visibilizó un trabajo de añares, un trabajo que vienen haciendo generaciones y generaciones de libreros. Entonces creo que el que compraba porque le quedaba cerca del trabajo, porque estaba de paso o porque no nos conocía, puede cambiar su lugar de compra. Nos descubrió gente que vivía a la vuelta de la librería, en tres años no sabían que estábamos ahí. Entonces por el servicio y la experiencia que uno ofrece, yo creo que las librerías han logrado ganarle una porcioncita, tampoco vamos a exagerar, pero si ganarles una porcioncita del mercado a las grandes superficies, que eran las que antes de la pandemia tallaban a gran escala.

- ¿Y qué se viene ahora literariamente para Cecilia Fanti?

- Empecé un proyecto de investigación hace cuatro años, lo presenté a una Beca creación del Fondo Nacional de las Artes y gané esa beca, lo que me permitió investigar un poquito más, y avanzar en la investigación. Investigo sobre ese mundo enterrado que quedó en las generaciones que se criaron en colonias rurales. Hago foco en una colonia rural, que es en la que se crió mi mamá y en la que vivió hasta los veinte años. El disparador fue Pablo de Santis, en una clase de la maestría que hacía con María Negroni en la UNTREF, en la cual uno de los ejercicios era grabar a un familiar y construir una narración conservando la oralidad. Yo estaba muy acostumbrada a mi mamá y sus anécdotas, mi tío, la vida en el interior, pero nunca le había encontrado una dimensión estética. Era escuchar los cuentos, las historias que contaba, pero hubo algo de prestar atención o de afinar el oído que me hizo pensar “esto es fascinante”. Y también empezaba a pensar, medio proféticamente, “esta generación está grande, se va a morir y nadie va a contar su historia”. Nadie va a contar su historia porque en definitiva es una generación a la que no le pasó nada, no hay grandes historias. No es el campo de “Claus y Lucas”, no hay una guerra. Son simplemente familias que cultivaban la tierra, que llegaron pobres y en gran medida se mantuvieron pobres, algunos se pudieron ir y progresar. Un mundo muy simple y muy chiquito también y me obsesioné con eso. Empecé a juntar testimonios sobre todo familiares. También hay una dimensión que a mí me obsesionaba, que era el pudor de mi madre en su decisión de no hablar de su vida pasada. Cuando terminó la beca hicimos una clínica pública y mi tutora fue Ana Wajszczuk - editora en Planeta -, y cuando terminó la clínica Ana me dijo que le interesaba el proyecto, así que nos pusimos a charlar, y en teoría entre septiembre y octubre de 2021 vería la luz ese proyecto. El foco está puesto ahí. También pienso que el salto es si la memoria de los dos primeros libros está puesta en el cuerpo o en uno mismo, en este proyecto uno sale, es una memoria que tiene que ver más con el pasado, con lo perdido, con un mundo que ya no existe, un mundo que, si bien pasaron sesenta o setenta años nada más, es completamente diferente. Estoy trabajando ahí, en la trama familiar.



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Soledad Hessel.Editora/Redactora de trenINSOMNE. Periodista. Editora. Gestora Cultural. Siempre supo que las palabras eran lo suyo. Escribe y lee desde que recuerda y tiene una pasión por los libros como objetos de culto. Conductora del programa radial "A la vuelta de la esquina" por radio La Desterrada. Coordinadora del ciclo de lecturas on-line "Lecturas en el tren". Columnista de literatura y cultura en medios gráficos y radiales. Fue corresponsal del diario La voz de Santa Cruz y de la Revista En acción de La Plata en la Ciudad de Córdoba. Además, fue miembro del Comité de Redacción y Editora del Boletín de Divulgación Científica de la Universidad Nacional de Córdoba. Dicta talleres de lectura y escritura. Notas de Soledad

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