Locura y Literatura ¿relación necesaria?

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La locura y la literatura van de la mano desde tiempos inmemoriales. Como musa inspiradora para construir una historia o excusa para encarcelar a su autor, su relación ha sido íntima y perdurable

¿Qué es la locura? ¿cómo la definimos? Hasta hace algunas décadas -tampoco crean que tantas- y antes de la llegada de la psiquiatría moderna y sus largos catálogos de enfermedades mentales, eran considerados locos todos aquellos que no entraban en el canon de las buenas costumbres y comportamientos de la época, todos aquellos que (ya sea por enfermedad real o por sus ideas) molestaban a los poderosos, a quienes de una manera u otra mandaban en las distintas sociedades. Los enfermos reales eran los primeros en caer en manos de los médicos y eran derivados directamente a un hospicio o a un hospital psiquiátrico, dependiendo de la época. Detrás de ellos marchaban las prostitutas, los homosexuales, los pobres que no acataban las órdenes de entregarlo todo o que “afeaban” el paisaje, las mujeres que se negaban a casarse, las brujas, los estudiosos. Y, por qué no, algún hermano que molestaba más de la cuenta a la hora de recibir una herencia. Y, por supuesto, los artistas. ¿Quién puede ser más molesto para aquellos que manejan los hilos de una sociedad que un artista ejerciendo su libertad artística para mostrar el mundo a través de su pluma, de su pincel, de su danza, de su actuación, de su puesta en escena?

Algunas líneas de estudio sostienen que la creatividad nace como respuesta a una demanda psicológica, que busca exteriorizar sentimientos y emociones que, de no ser sacados del interior de la persona pueden causar graves daños cerebrales: la creatividad sería, para estos estudios, una herramienta para combatir la locura. ¿Esto significa que las personas creativas son más propensas a la locura o a otras alteraciones mentales? No podría asegurarlo, pero a lo largo de nuestra historia la creatividad y la locura han mantenido un frecuente coqueteo. Esta asociación es más que justificada, ya que ambas tienen que ver con la ruptura de límites establecidos. Diversos estudios sugieren la relación entre una personalidad creativa y una mentalmente "inestable", al encontrar patrones de funcionamiento entre las mentes creativas y las esquizofrénicas. Algunos grandes artistas rayaron los límites de la locura, muchos de los cuales terminaron cruzando los límites que la separan de la razón, y muchos más simularon haberlos cruzado en busca de ser parte de ese mito del artista maldito, que parece hacer de una persona que lleva adelante una tarea creativa casi un dios de lo suyo.

Mejor vamos a alejarnos de las ideas médicas y a meternos en la idea de locura en la literatura, ya sea como elemento constitutivo de un personaje, característica evidente de un escritor o centro indisoluble de una historia.

Un par de palabras atrás hablaba del “artista maldito” (ideal romántico de una existencia arquetípica del artista marginado, incomprendido en su tiempo y por lo tanto visionario). Quien brilló y sigue brillando como el ícono representativo y que difícilmente pierda ese lugar es el “poeta maldito” por antonomasia Arthur Rimbaud. El poeta francés lo vivió y lo sufrió todo (como él creía que debía vivir y sufrir una persona para ser un poeta de verdad), escribió hasta los 19 años, y abandonó su vida pública. ¿Un desvarío o el hartazgo de una vida que ya no tenía sentido para él?

Entre los íconos literarios también encontramos a dos escritoras que marcaron camino en esto de escribir y se vieron obligadas a luchar contra problemas mentales, que las llevaron a vivir momentos donde la escritura era imposible, otros en los cuales fueron fuente de inspiración y algunos donde las palabras fueron catárticas. Virginia Woolf y Sylvia Plath -de quienes les hablo- lucharon contra enfermedades mentales que incluso las llevaron a tener alucinaciones y por los que finalmente, ante la vista de una batalla perdida, decidieron suicidarse. La locura en la obra de estas dos grandes escritoras está presente, más o menos visible, en cada uno de sus textos, y es enfrentada cara a cara en “La campana de cristal” de Plath y en “La señora Dalloway” de Woolf.

En “La campana de cristal”, Plath nos habla de una joven de diecinueve años que viaja a la ciudad de Nueva York para trabajar en una revista de moda en la que fue becado (una historia casi autobiográfica). La protagonista debe, finalmente, hacer frente a la locura, a ideas suicidas y a la internación en un hospital psiquiátrico. Por su parte, Mrs. Dalloway -importante referente de la alta sociedad londinense- debe enfrentar en un día muy importante para ella -en el que organiza una cena con personajes muy influyentes de la ciudad- sus propias ansiedades, desequilibrios y dolores existenciales al mismo tiempo que un joven conocido se suicida. Hechos y emociones que terminarán afectando negativamente el desarrollo de la trama. ¿Estas historias habrán sido un aviso del propio destino de las autoras?

Podemos terminar esta columna sobre la locura recordando aquellos personajes clásicos que nos han atrapado literariamente no a pesar sino gracias a su locura. Algunos por su loca ternura como el Quijote; otros por el dolor profundo, aquel que sufrió la primera esposa de Rochester encerrada en la torre del castillo para desgracia de la pobre Jane Eyre; el odio transformado en locura de Hamlet, y finalmente los veinte locos de “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero” de Oliver Sacks, donde son narradas las historias de veinte pacientes aquejados por rarísimas dificultades en la percepción, y que, sin embargo, poseen insólitos dones artísticos o científicos. Y así volvemos al inicio: la locura asociada a la creatividad.

Michel Foucault afirmaba que hay dos maneras tradicionales en que la sociedad se relaciona con la palabra de los locos: o bien la rechaza por no ser coherente o bien la considera portadora de una verdad oculta y trascendente. Son discursos que quedan fuera de la dinámica en que circulan los discursos denominados normales, pero son ideales para los discursos literarios.



Fotografía: Freepik



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Soledad Hessel.Editora/Redactora de trenINSOMNE. Periodista. Siempre supo que las palabras eran lo suyo. Escribe y lee desde que recuerda y tiene una pasión por los libros como objetos de culto. Conductora del programa radial "A la vuelta de la esquina" por radio La Desterrada. Coordinadora del ciclo de lecturas on-line "Lecturas en el tren". Columnista de literatura y cultura en medios gráficos y radiales. Fue corresponsal del diario La voz de Santa Cruz y de la Revista En acción de La Plata en la Ciudad de Córdoba. Además, fue miembro del Comité de Redacción y Editora del Boletín de Divulgación Científica de la Universidad Nacional de Córdoba. Dicta talleres de lectura y escritura. Notas de Soledad

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