Se sube al tren: Pamela Terlizzi Prina

Pamela Terlizzi Prina

Se sube al tren la escritora y gestora cultural Pamela Terlizzi Prina y nos presenta algunos de los poemas que componen su último libro: "No cuentes pesadillas en ayunas".

- ¿Cuándo y por qué comenzaste a escribir?

- Conté varias veces que recuerdo la primera vez que deseé escribir. Incluso antes de saber qué era escribir realmente. Fue cuando encontré un poema de Julia Prilutzky Farny dentro de un cuaderno de mi mamá. Estaba escrito a mano en una hoja suelta. El último verso decía “Sé que voy hacia al dolor. Inútilmente”. Yo tendría onde o doce años y lo que quise fue tener el poder de hacer lo que ese poema me había hecho conmigo. Fue la primera vez que tuve la certeza de que las palabras pueden decir mucho más de lo que dicen. Después de eso escribí siempre, con más o menos regularidad, y sobre todo poesía. Pero me propuse hacerlo más seriamente con mi maternidad. Y cuando digo esto la gente suele fantasear con que tiene que ver con la belleza de ser madre, y la verdad que es más bien lo contrario: tenía que ver con la desesperación, los agobios, la pérdida de la individualidad. Siento en escribir uno de los placeres más egoístas, más privados, más honestos.

- ¿De qué se nutre tu escritura?

-Como impulso, como disparador, puede actuar cualquier cosa: una imagen, una frase, una palabra, un recuerdo. Leer y ver cine me dan muchísimas ganas de escribir. Y a veces la historia se empieza a escribir, incluso, a nuestro pesar. Después, en cuanto a los temas, en general me inclino al drama. Me interesa el erotismo como problema y como solución; los múltiples focos desde donde se puede ver, como trauma, como liberación, como exploración. Toda nuestra vida está atravesada por el sexo y por la certeza de la muerte. Además, mis relatos son mayormente realistas. Y si existe algún elemento cercano a lo fantástico es para contribuir a la paradoja, a la metáfora, a constituir el giro más desde lo poético que con la intención de hacer algo de género.

- ¿Tenés rituales a la hora de ponerte escribir?

- La verdad es que no. Puedo escribir con Eva, mi gata, durmiendo en el hombro y Amparo bailando frente a la tele. Creo que es una sobreadaptación a los tiempos que corren: hay que robarle minutos a la rutina para poderle hacer lugar al disfrute.

- ¿Hay algún tema que aún no te animaste a enfrentar con tu escritura?

- Suelo darme el gusto de escribir sobre todo lo que me interesa. En ese sentido, debería decir que no hay nada a lo que no me haya animado. Pero hay cosas para las que me siento absolutamente inútil: jamás podría escribir literatura infantil o ciencia ficción, por ejemplo. No sabría ni como empezar. Lo juro.

- Te doy una bola de cristal para ver el futuro, ¿cómo te ves?

- Sigo en el epicentro de un caos que nunca podré dominar y sigo escribiendo. Doy más talleres. Voy a más ferias. Voy a más marchas y me acompaña Amparo, mi hija. Sigo con la palabra como arma, como excusa y como refugio. Leo mucho. Coordino Siga al Conejo Blanco y soy feliz de la magia que se produce. Veo otro libro de Las Ruinascuentos. Veo mi novela, terminada por fin. Veo a los amigos indispensables que me dio la literatura: están todos cerca. Urdimos planes para beber y abrazarnos. Escribo. Doy clases. Leo. Leo. Escribo. Así me veo.

- Hoy ¿por qué escribís?

- Por convicción. Porque me da identidad y sentido de pertenencia y placer. Y porque me permite luchar y explicar mi época. Porque es de las pocas cosas que me salen bien. Porque escribir me ha dado, estos últimos años, los momentos más felices y más intensos. Claro, escribo por convicción. ¿Se puede escribir por otra cosa?


"Yo confieso"

Un descubrimiento:
yo atraje todos mis males.
Las manos, las moscas,
el hilo de sangre que me camina hasta el tobillo.
Me juro ser más responsable,
más buena,
no oler a flores,
no tener el culo tan parado por las clases de ballet,
no andar tan machona en guerra de piedras,
no imaginar
tan temprano
que entre las piernas llevo un poder nuclear,
que ese poder se pega a las cosas que digo
con palabras de grandes.
Me encantan las palabras de los grandes,
me pican en las encías.
Una vaca cayó de bruces,
digo,
le tiro la frase a los perros que mueren de hambre,
me vuelvo carne en un plato
en el piso
en un patio cualquiera donde hay perros con hambre.
La parte de acá se llama monte de venus,
otro regalo,
y ellos cada vez más voraces,
ya están aullando de gula
de arrancarme un pedazo
de la fiebre que les crece en los dedos por mis pezones
que todavía son una roncha gorda y rosada.
Siempre caminé al borde de las cosas que se dicen,
se me batían en el cuerpo los verbos que les daba hambre a los perros,
los llamaba para que aparezcan por detrás
impunes a la luz de las cuatro de la tarde
con barba de muchos días
entre escritorios o bastones
con o sin temblores,
flagrantes, eso sí,
de toda mi culpa.

"Punto de fuga"

Me cuenta cosas viejas,
que por el barrio pasaba el colchonero
el espectáculo del colchonero
desollando los catres.
Que a cierta hora
la tarde irrumpía en la niñez,
que a la vecina le habían crecido los pechos.
Que a la bicicleta heredada
le quedaba el barro del arroyo
para quitarle lo nena, lo hermana mayor.
Eso
y del afilador, y la ropa de trabajo de los hombres,
la perra de la cuadra
recién parida
que se comió las bolsitas de los bebés,
así me dice que decían todos,
la tarde metida otra vez,
que asco, me dice que decían, fascinados.
Eso
y el viejo comunista de la esquina
y los gitanos que robaban chicos.
Todo eso, y sin embargo,
le pido lo del colchonero otra vez.
Todas las veces la lana de los colchones peinada
aireada
a fuerza de rastrillo.
Quiero que me lo cuente tantas veces como pueda.
Quiero detalles.
Quiero que alguna vez
en el relato
se le cuele
de entre la lana
aunque sea una
de todas las atrocidades que guardan los colchones.



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