Se sube al tren: Marina Klein

Marina Klein - cuento - narrativa - El vagón del escritor - Audiocuentos - escritora - poesia - poeta - mujeres autoras

Hoy se sube a nuestro tren la escritora y editora Marina Klein, quien nos comparte su texto "Las cosas terminan"

- ¿Cuándo y por qué comenzaste a escribir?

- No me acuerdo. Creo que escribo desde siempre. Necesidad creativa, de descarga, de registro de paso por el mundo… No sé, todo eso junto. Cada vez que le decía a mi mamá que estaba aburrida, ella me respondía lee, hay un montón de libros ahí. Así que leer era lo natural, y supongo que igual de natural fue empezar a escribir. Algunos diarios en la niñez, algunos textos de amor a los primeros amores, algunas descargas de furia a los primeros desamores, pensamientos existenciales… y así.

- ¿De qué se nutre tu escritura?

- Un poco de las lecturas que me gustan y otro poco de la vida caminada; de los viajes, de la gente que voy conociendo y de los paisajes que transito.

- ¿Tenés rituales a la hora de ponerte escribir?

- En general venía escribiendo de mañana temprano en una netbook mini y medio vieja. Por ahí en un bar o en alguna otra parte. Me gusta que no sea en mi casa donde tengo todas las cosas de la editorial. Si es en mi casa, busco que por lo menos sea en otro espacio. Este año, después de una conversación con amigxs durante un viaje, decidí volver a escribir a mano en mi cuadernito casero. Así que preparo el mate tipo 6:30 de la mañana y ahí surgen cosas. Pero también escribo en el bondi o mientras camino por la calle, o cuando me vienen ganas de decir algo en cualquier momento del día.

- ¿Hay algún tema que aún no te animaste a enfrentar con tu escritura?

- Sí, el erotismo explicito. Me gustaría saber o animarme a saber, y crear textos más eróticos. Siempre hay un erotismo sutil flotando pero lo explicito no me sale tan fácil. También me cuestan los temas que tienen que ver con la felicidad. En general trabajo con personajes tristes y solitarios. Si en algún momento empiezan a ser felices o están en la mira de alguna relación duradera, estable o sana, es ahí donde termina el texto. No sé mucho lidiar con esas temáticas.

- Te doy una bola de cristal para ver el futuro, ¿cómo te ves?

-Viajando por el mundo, escribiendo y sacando fotos.

- Hoy ¿por qué escribís?

- Supongo que por lo mismo que antes. Necesidad creativa, de descarga y el registro de mi paso por este mundo. Creo en la obra, en el producto específico de la escritura. Sé que en momentos de mucha angustia personal lo que me sostuvo fue la lectura de algunos libros, la compañía de ciertos personajes tan angustiados como yo. Saberme no tan sola en este mundo. Eso es para mí la obra.

- ¿Cuál es la historia detrás del texto que publicamos?

- La tristeza y la angustia de extrañar a alguna gente, algunas caminadas, pedazos de ciudad, ciertos paisajes urbanos y conversaciones que no venía teniendo hacía rato.



"Las cosas terminan"

Nunca me imaginé que los años se acumularan de forma tan espesa entre la gente. Que esa miel de tiempo sea tan pegajosa y sin sentido.

La ciudad era funesta y andábamos como desquiciados. En todas partes olía a humo y en todas partes la gente estaba suspendida en su propio abismo.

El peligro de caer en el propio abismo me fue revelado de la manera más inusual. Estábamos una vez en un taxi, no sé a dónde íbamos, sólo sé que el taxi había parado sobre la Avenida Córdoba. Yo estaba con la cabeza entre mis piernas hecha una especie de bollito y mi amigo me dijo cuidado o te vas a caer para adentro.

El pibe éste, el de las frases reveladoras en las madrugadas y desnudos extraordinarios a la caída de la tarde, era un sujeto extraño pero decía cosas interesantes, supongo que por eso fue mi amigo durante tanto tiempo, y durante el tiempo que ya no lo fue, lo extrañé de forma dura y pareja.

Así son las cosas. A veces te toca cruzarte con alguien, andar un tiempo por ahí borrachos de alcohol y de vida, exprimirse mutuamente como naranjas jugosas, atragantarse con el jugo y después las cosas terminan.

Después de eso uno continúa su marcha solitaria en el planeta de los solitarios, encontrándose de vez en cuando con otros, coincidiendo de tanto en tanto en camas, en trenes o en zaguanes. Caminando por la cornisa de la conciencia con cuidado de no caerse para adentro pero con las heridas abiertas de par en par por la puta vida. A algunos además, el tiempo los lame con grandes lengüetazos.

Me gusta pensar en aquellas borracheras mientras caminábamos por las vías y cantábamos canciones ricoteras y el azul de la noche era más azul, las noches eran más noches y el frío más intenso y nuestro. Andábamos con las manos en los bolsillos y tambaleándonos, recitando a Baudelaire y a Rimbaud, yendo hacia el sur por esas vías desiertas, por los descampados suburbanos y creíamos realmente y de todo corazón, que la ciudad era nuestra, que todos los tangos del mundo estaban compuestos para nosotros, que Arlt tenía un idioma que sólo nosotros entendíamos.

Me gusta creer en eso, en que hubo un tiempo en que nada tenía sentido pero nos era propio, o que sólo nosotros adivinábamos el sentido oculto de las cosas. Que éramos parte del motor del mundo, un suspiro ahogado en la boca de un dios que había creado todo esto y nos había abandonado a nuestra buena suerte. Y nuestra suerte era esa, andar por ahí, sorbiendo la vida a grandes tragos, acurrucándonos en rincones vacíos, llorando por los dolores de la finitud del ser o riéndonos ruidosamente de cualquier cosa.

Me gusta pensar que nada de eso se fue, que tan sólo ha hibernado pero permanece latente, que en cualquier momento seremos nosotros los que nos levantemos de las tumbas, daremos grandes saltos y lameremos al tiempo.

Lo último que recuerdo de aquellos días son las sirenas de las patrullas atravesando la oscuridad y el ruido de la bala cortando el aire. Después todo se confunde, la sangre corriendo por todos lados y nadie para ayudarnos. Yo sola, corriendo y a los gritos hasta conseguir la ayuda de una vecina que llamó a la ambulancia.

Nunca entendí bien qué había pasado, no sé si perseguían a alguien o sólo estaban disparando por joder, para demostrar su poderío.

Mi amigo estuvo internado un tiempo pero después se fue de este mundo como un fantasma triste. Y yo tuve que aprender a vivir sin él.

Hubiera sucedido de todos modos, no podríamos haber compartido la cama y la vida para siempre, pero me hubiera gustado poder soñar con un posible reencuentro, uno casual doblando cualquier esquina, volver a sentir su carcajada sucia y cínica de desprecio por todo lo que se considera aceptable, pulcro y decente.

El tiempo que se acumuló entre su carcajada y mis oídos es demasiado espeso y lo extraño, como dije, de forma dura y pareja.