Se sube al tren: Mariela Dorfman

Mariela Dorfman

Hoy se sube a nuestro tren la escritora, aún inédita, Mariela Dorfman, quien nos cuenta de su vida y su escritura y nos presenta su cuento "Con quién estuviste hablando"

- ¿Cuando y por qué comenzaste escribir?

- Comencé a escribir cuando era muy chica, siempre estaba garabateando prosas y poesías. En serio comencé hace diez años.

- ¿De que se nutre tu escritura?

- Mi escritura se nutre de todo: de lo que me pasa, de lo que veo, de lo que escucho. me encanta que me cuenten historias y siempre estoy con las antenas paradas. Es como un licuado de todo esto lo que nutre mi escritura.

- ¿Tenés rituales a la hora de ponerte escribir?

- No tengo rituales a la hora de escribir. Puedo escribir a cualquier hora y en cualquier lugar, aunque lo que más me gusta es escribir en casa con el mate al lado y mis hijos dando vueltas o en los bares.

- ¿Hay algún tema que aún no te animaste a enfrentar con tu escritura?

- No. He escrito sobre temas muy personales y también sobre temas ajenos. Aunque creo que uno siempre cuando escribe está hablando de uno, de alguna manera.

- Te doy una bola de cristal para ver el futuro, ¿cómo te ves?

- Me veo escribiendo, sin duda. No podría imaginarme lejos de los libros y la escritura. me veo rodeada de nietas, leyéndoles cuentos.

- Hoy ¿por qué escribís?

- Escribo porque no puedo evitarlo.


"Con quién estuviste hablando"

1

Anita, me grita mamá. Tenés que bajar a saludar a tus primos. No son mis primos, le contesto. No me escucha. Hablo bajo porque ya sé que no puedo discutir ningún tema de parentesco. Mamá está empecinada en decir que todos esos chicos aburridos son mis primos, pero ninguna de esas madres ni de esos padres es hermana o hermano ni de mi padre ni de mi madre.

Ya voy, le grito. Siempre está Teresa en estas reuniones de “primos”. Dicen que es amiga de la familia y que es como si fuera una tía. Todas las mujeres le ofrecen viajes y casas en la costa y ropa y papeles que dicen que con eso puede ir a comprar ropa acá o zapatos allá o a tomar sesiones de masajes más para allá. Mamá dice que toda la vida le va a estar agradecida porque esa mujer fue muy buena y considerada con ella y logró dar un giro a su destino, a lo que le estaba predestinado. Eso es lo único que cuenta y si le pregunto más, se enoja y me dice que no hacen falta más explicaciones: que lo único que yo tengo que saber es que esa mujer nos cambió la vida para siempre. Teresa es enfermera en el Hospital Militar y también en el Hospital Rivadavia.


2

A mamá le encanta sacar fotos. Antes de que yo naciera era fotógrafa. Pero desde que yo estoy papá quiere que se dedique solo a cuidarme. Igual sigue practicando sacándome fotos a mí, y arma álbumes y más álbumes. Dice que es importante que yo tenga adónde verme, dice que de eso se trata la identidad. Así cuando tenga hijos le voy a poder mostrar cuántas fotos me sacaba mi mamá y cuánto me quería. Y van a conocer a través de las fotos, mi infancia. Nos saca fotos a mí y a mis amigas del colegio y del barrio. También a mis primos. Ella nunca sale en las fotos. Solo se le ven las manos. En todas las fotos que tenemos de cuando era bebé, se ven las manos de mamá. En ninguna se le ve la cara. Solo encontré una en la que estamos los tres, de antes de que papá se muriera. Pero la cara de mamá está rígida, como si tuviera miedo de que alguien la viera en esa foto, con su esposo y su hija.


3

Estoy en la plaza, hamacándome sola. Me gusta hamacarme. Mamá está tejiendo en el banco. Me mira a cada rato y me hace gestos de cuidado. No te alejes. Se pone el dedo debajo del ojo y estira la piel para abajo y le queda un ojo más grande que el otro y me clava la mirada y eso me da más miedo que tener la mirada de un extraño encima. A mamá no le gustan los extraños. Tiene miedo de que me lastimen, de que me lleven. De que me chupen.

—¿Qué quiere decir que te chupen de una familia? —le pregunto porque había escuchado que Teresa hablaba así con una vecina.

—¿Qué dijiste? —me grita.

—Nada, quería saber…

—¿Con quién estuviste hablando? —me dice y se pone a sacudirme los hombros para adelante y para atrás por no haberla escuchado, por haberme metido en conversaciones ajenas.

Soltame, soltame, le grito.

—A partir de ahora yo te voy a acompañar a todos lados. Ni al kiosco podés ir sola, ¿entendido?

4

Cuando papá vivía, mamá era un poco menos miedosa y por lo menos me dejaba ir hasta la esquina a ver si llovía sola. Ahora que estamos las dos solas, solo me deja salir con el más grande de mis primos por cinco minutos y tenemos que volver.

Sí me deja ir a jugar a las damas a la casa de Menéndez, que vive en el mismo edificio. Papá compró ese departamento un poco antes de morirse. Decía que ahí íbamos a estar seguros. Menéndez me ofrece un submarino y vainillas y jugamos a las damas. Me explica las jugadas y me dice que cuando sea más grande también vamos a jugar al ajedrez. Es al único lugar al que puedo ir sola. A veces viene otro señor vestido de traje y se van a hablar a un escritorio y Menéndez me dice que espere ahí y me trae unas revistas Billiken y unos marcadores.

Pintá, me dice.

5

Ya cumplí quince años y mamá me dijo que podía ir a la peluquería sola.

Dice que la peluquera es una buena mujer y que ya me sacó un turno y que voy sola y ella me viene a buscar a la esquina de la peluquería. Mientras espero que me hagan pasar a la sala de lavado, se me acerca una señora. Le veo cara conocida pero no me acuerdo de dónde. Me sonríe y cuando está justo enfrente, me dice: qué linda y grande que estás. Sos una mujercita muy linda. Yo me acuerdo cuando tu papá te trajo, eras tan chiquita y tu mamá estaba tan feliz.

—¿Cómo que mi papá me trajo?

—Claro, tu papá te trajo y tu mamá estaba esperándote con lágrimas en los ojos.

—Pero…

—Querida… ¿vos no sabías…?

En ese momento vino la ayudante de la peluquera, me agarró de la mano y me llevo a la pileta para lavarme la cabeza. A las dos horas, mientras caminábamos para casa, le comenté a mamá lo que me había dicho la vecina.

—Hija, ¿vos no sabés que Juana está loca?

6

Busqué por todos lados fotos de mamá embarazada. No encontré ninguna. Tampoco encontré fotos de mamá. Solo eran las manos de mamá sosteniéndome, abrazándome, aplaudiendo, agarrándome de los hombros. En ninguna foto se veía su rostro.

Al otro día, mamá me sienta en la cocina y me hace jurar que nunca más le voy a saber preguntas con respecto a nuestro vínculo. Ella es mi madre y yo su hija y nada más importa. Olvidé el tema y decidí creerle.

7

La noche que nació mi hija, tuve un sueño. Yo caminaba sola, descalza y veía a mi madre dándome a luz. No era mi madre: era otra mujer. Mucho más delgada, de ojos verdes transparentes y cabello rubio. Era mi madre y lloraba de dolor y pedía por favor que no la separaran de mí. Yo podía sentir en mi sueño la garganta angosta de mi madre. Suplicando que no le separaran de mí.

8

Cuando llegué a casa llamé a Abuelas. Una señora muy amable me atendió y me explicó todo lo que necesitaba para empezar a averiguar. Documentación, en general. Antes de cortar me dijo: recordá que si empezamos esto, y tu madre es culpable, puede ir presa. Corté y, hasta el día en que murió mi madre, nunca más las contacté.