Se sube al tren: Gustavo Di Pace
Hoy se sube a nuestro tren el docente y escritor Gustavo Di Pace y nos presenta un adelanto de su libro "La escritura del Grito Primitivo ".
- ¿Cuando y por qué comenzaste escribir?
- Bueno, en un principio me contaba que escribía para superar la muerte de una mujer que amé, y más allá de que es cierto, en realidad el asunto había comenzado mucho antes, cuando pergeñaba las letras de las canciones de mi banda de rock. Pero ahora que lo pienso bien, ya en las redacciones del colegio había evocado el inicio de algo, aquella casa a oscuras, tomada por el silencio y la llama de las velas. Era la mía en un momento crucial, porque esa penumbra era la metáfora perfecta de lo que le había pasado a mi viejo ese mismo día: la muerte prematura, la rueda de una camioneta volando e incrustándose en el parabrisas de su Dodge 1500. Y sí, con la muerte de mi viejo nacía el escritor que soy.
- ¿De que se nutre tu escritura?
- Se nutre de todo, de lo que veo, escucho, huelo, palpo, saboreo, oigo. También de los sueños y del recuerdo, que tanto se parecen ¿no? Del dolor y de la felicidad también se nutre, claro, y de algunas obsesiones de las que, antes que combatirlas, prefiero hacerme amigo.
- ¿Tenés rituales a la hora de ponerte escribir?
- No, no me gustan los ritos, por lo menos, en este oficio. Quizás sea porque mi plan de trabajo, mi procedimiento, tiene e que ver con la búsqueda, con la prueba y el error permanentes para que “lo otro” se manifieste. Lo mío no es la repetición de un modelo o una forma. Lo mío es tirarme al vacío, y que la literatura sea lo que quiere ser.
- ¿Hay algún tema que aún no te animaste a enfrentar con tu escritura?
- Varios, pero por lo escrito hasta ahora, imagino que tarde o temprano van a plasmarse en algún texto. Ha pasado que de algunos asuntos no quise hablar pero terminaron escribiéndose igual. Uno siempre es escrito, me parece. La verdad es que hace rato que ya no me da miedo quedarme desnudo.
- Te doy una bola de cristal para ver el futuro, ¿cómo te ves?
- Hum, no sé, quizás parecido al que soy ahora, pero más viejo, más golpeado o más feliz, vaya a saber. Pero estoy seguro que seguiré honrando aquel Grito Primitivo que di al nacer, poniéndole palabra, como pueda, como me salga, haciendo algo con el nombre propio.
- Hoy ¿por qué escribís?
- Porque encontré un destino, porque es uno de los pocos momentos en que el absurdo cede.
"La escritura del Grito Primitivo" (Fragmentos)
Camino al tiempo abolido
Quizás, en estos tiempos que corren, aquellos manifiestos artísticos de comienzos del siglo XX ya no se lean sólo como gestos simpáticos de una época inquieta, de búsqueda constante, aquella explosión de ideas que trajo bríos nuevos al arte y al pensamiento de su época. En algunos de nosotros, nostálgicos empedernidos, incluso de un momento que no vivimos pero del cual nos llega el eco, aún resuenan algunos de aquellos “ismos” y demás postulaciones artísticas. Independientemente de si los resultados fueron o no válidos para ser algo más que un nombre en una enciclopedia, es justo reconocer que las motivaciones que los sustentaron ayudaron a desacralizar el hecho artístico y a reformularlo. Plantar bandera por una causa dio aire, decir “esto sí y esto no” dio aliento, y en estos tiempos, un cross a la mandíbula, una teoría del túnel, un método paranoico-crítico, un teatro de la crueldad, una teoría del iceberg, serían desde ya un nuevo comienzo. Defender una estética sería para celebrar, más si esta aspira a una poética propia, a una siempre necesaria autenticidad. Así, en la era de las siliconas, el Photoshop y la negación constante de la muerte, tener una idea del mundo y/o del arte que traspase la apariencia o las modas, bregar por ella en total sinceridad de sentimiento y convicción, es para algunos de nosotros un objetivo y un deber del en sí del artista.
En definitiva, se trata de llegar con nuestra palabra a la Gran Memoria, a ese Big Bang que permitió está constelación multiplicada que es la historia de la literatura universal, el gen que todo lo hace, y en el momento de esa invocación suprema, donde lo esencial es manifestado por la obra de arte, que suceda el tiempo abolido, la anulación del pasado y el futuro en pos del presente, siempre único, siempre revelador.
Estar en el grito
Fue en medio de la noche cuando sucedió. Se despertó sobresaltado. Trató de salir de la sensación de extrañeza del despertar. Aún el mundo de los objetos no era su amigo. Esperó unos segundos. A veces los regresos eran más lentos. Cuando los muebles recuperaron su alma, cuando tuvo conciencia de sí, lo supo. Había sido un grito. ¿De dónde provenía? ¿Del sueño, de la casa de algún vecino? Se recostó sobre unos almohadones y miró a través de la ventana. En los otros departamentos seguía el silencio, rasgado por el eco de una tos que retumbaba en los patios interiores del edificio, o el sonido de un ascensor que abría o cerraba sus puertas a un noctámbulo. Esta no era la soledad que anhela todo escritor (soledad que no es sino recogimiento). Esta soledad era una soledad que golpeaba con el duro puño de la verdad. Ese grito en medio de la noche estaba tan solo como él. Tal vez por eso había aparecido y su tajo era tan fuerte como invisible. Sólo él estaba destinado a escucharlo. Reflexionó que esa clase de gritos son los más efectivos, los más cruciales. Los que parecen susurros. Los que son en medio de la noche y no se sabe de dónde provienen. Cuántos gritan, pero no lo hacen con esa voz que los haría únicos, pensó. Habría que llegar al grito primero, al que dimos cuando nuestra madre nos parió, se dijo. Acomodó los almohadones, la soledad había dado paso a la reflexión. Lúcido, y por eso recienvenido, conjeturó que en ese grito estaban los días y las noches, el pasado y el futuro, y el presente que lo camufla todo, claro. Estar en el grito. De eso se trataba. Sentirlo hasta que nos llene de soledad y celebrarlo. Los gritos orgiásticos son sólo desasosiego. Los gritos de las discusiones son sólo juegos de artificio. Debía gritar aunque nadie escuche. Ese también es un modo de parir. Eso mismo es la escritura.
El arte como recuperación de aquello que va a morir
En “La muralla y los libros”, el primer ensayo del libro Otras Inquisiciones, Borges dice:
“La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético”.
"Hola, amiguita, mi nombre es Púrpura. ¿Te gustaría ser como yo, un hada? ¿Y te gustaría también que tus papis te puedan acompañar, que todos sean hadas muy muy felices, felices por siempre? ¿Te gustaría? Seguro que sí. Bueno, yo te voy a decir cómo conseguirlo".
Esta idea del arte, que se inspira en una frase de "Don Segundo Sombra", de Ricardo Güiraldes, aquella de que el campo nos quiere decir algo, según afirma Ivonne Bordelois en "Un triángulo crucial, Borges, Güiraldes y Lugones", es iluminadora. El arte como intento de recuperación. Coincide además con la idea de Vladimir Nabokov cuando sugiere que el arte es belleza más compasión, porque uno tiene compasión por aquello que va a morir. Y entonces, esa felicidad, esa cara, ese crepúsculo, pueden ser “eternizados” en el papel, en una pintura, en una película. Se trata entonces de recuperar, siempre recuperar.
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