Se sube al tren: Gabriela Colombo

Gabriela Colombo - narrativa - cuentos - escritoras argentinas

Se sube al tren la escritora, guionista y licenciada en Administración de Empresas Gabriela Colombo, de quien compartimos su cuento "Miedo al sauce"

- ¿Cuándo y por qué comenzaste a escribir?

- Hace poco me reencontré con los diarios íntimos que escribí desde los 14 hasta los 20 años. En ellos hay poemas y reflexiones. Después vino una época de mucho estudio y trabajo donde solo recuerdo haber escrito emails y minutas de reuniones. Recién cuando me fui a vivir a San Pablo, en 2006, con mis hijos muy chicos, me puse a escribir cuentos. En 2008 empecé a coordinar clubes de lectura y, a partir del 2010, decidí dedicarme más profesionalmente a la literatura. Escribir siempre fue un disfrute, una necesidad, el modo que encontré para lidiar con el absurdo de esta existencia.

- ¿De qué se nutre tu escritura?

- Se nutre fundamentalmente de vivencias, lecturas y de todo lo que escucho, imagino, sueño y observo.

- ¿Tenés rituales a la hora de ponerte escribir?

- Por lo general, ordeno un poco la mesa. Apilo y dejo a un lado todo lo que me rodea: papeles, revistas, libros, lápices, reglas, señaladores de páginas. Genero un espacio para estar cómoda con la laptop, el mate o la bebida que me va a acompañar. Escucho música tranquila de una lista de pianistas que seleccioné en Spotify y me pongo en “modo avión”. Cuando estoy a las corridas o no estoy en casa escribo en papeles, en mi celular o me grabo audios con frases, pensamientos, diálogos.

- ¿Hay algún tema que aún no te animaste a enfrentar con tu escritura?

- Hasta ahora me parece que no. Ojalá siempre pueda abordar todos los temas que quiera. Veremos.

- Te doy una bola de cristal para ver el futuro, ¿cómo te ves?

- Me veo con varios libros publicados y también trabajando como guionista y dramaturga. ¡Se ven puras cosas buenas en esta bola de cristal! Gracias por habérmela dado.

- Hoy ¿por qué escribís?

- No concibo la vida sin escribir, siento que es parte de mi salvación.

- ¿Cuál es la historia detrás de los textos que publicamos?


- Miedo al sauce es un cuento que nació hace un par de años en Brasil. Lo escribí como una forma de venganza ante el daño que le estamos causando al medio ambiente. Inventé una nueva era en la que las plantas y los animales empiezan a reproducirse el doble de rápido y los embarazos pasan a durar dieciocho meses. Le di a la naturaleza más fuerza, la posibilidad de defenderse y obligué a la humanidad a adaptarse a esos cambios.


"Miedo al sauce"

Hoy se cumplen ocho años de la fecha que marcó el comienzo de la nueva era. ¿Cómo olvidarme de esa noche? Nos despertó el piar histérico de los pájaros. Volaban en círculos alrededor del ventilador de techo. Ensuciaron nuestro acolchado nuevo y la casa se llenó de plumas. Los había de todos los colores. Recuerdo que corrí medio agazapada por el pasillo a buscar a Pedro que dormía en la cuna. De un tirón lo tomé en brazos, me encerré en el baño e improvisé una carpa con un toallón para protegernos de los que revoloteaban arriba de nuestras cabezas. No sé quién estaba más asustado, si él o yo. Afuera escuchaba los pasos de Juan que trataba de espantarlos: ¡Salgan! ¡Salgan!, les ordenaba, como si se tratara de perros.

En un momento había tantos pájaros adentro y alrededor de la casa que no sabíamos si cerrar las ventanas o abrirlas. El amanecer nos salvó. Fue como si los primeros rayos del día los llamara a tranquilizarse y, de a poco, salieron. Cuando hablé con mi tía, la de Recife, me contó que allá los monos también habían enloquecido. A ese día los americanos lo llamaron Day of Nature. Cada familia es dueña de una historia y de su desesperada reacción al DON.

“Alteraciones en insectos, animales y plantas. Trabajamos para controlar las plagas. No tema. Infórmese”, decían los comunicados de alerta del gobierno. Las especies empezaron a reproducirse en la mitad de tiempo. Todas, menos la humana. Porque con nosotros sucedió lo contrario: los embarazos cumplían el tiempo máximo de gestación y los médicos advertían que los bebés aún estaban inmaduros para salir al mundo. Hospitales abarrotados de embarazadas que exigían cesáreas. Obstetras y neonatólogos, consternados. Pobres bebés. Nacían flacos y con problemas respiratorios. Faltaban incubadoras. Cada bebé superaba su permanencia en el útero a los anteriores. Un nuevo record. Por decreto tuvieron que cancelar las cesáreas. En ese tiempo de transición quedé embarazada de Tomás. Me trataron como si escondiera una bomba en el vientre. Mi hijo terminó naciendo a los catorce meses y cuatro días. Tres kilos pesó. Era un bebé precioso y saludable, igualito a su hermano. Cada vez que lo veo comunicándose con los pájaros me acuerdo del japonés, un anciano, maestro de reiki, que hablaba del homo-naturis en la televisión: sus hijos son los fundadores de una nueva era, seres de aura dorada que hablarán todas las lenguas. ¡Dejame de joder!, le gritaba mi marido a la pantalla cada vez que aparecía.

Finalmente, después de años repletos de confusión, los embarazos se estabilizaron en un plazo de dieciocho meses.

Grupos ecologistas aseguran, hoy, que el DON llegó para evitar que el hombre acabara con el planeta, algo así como una medida de compensación de fuerzas.

Empecé la terapia de grupo por culpa del sauce. Sus ramas, enormes y tupidas, habían crecido hasta cubrir más de la mitad de la piscina. Una tarde cualquiera se me ocurrió cortarlo. Apenas apoyé el serrucho en el tronco cayeron pedazos de la corteza, luego del interior empezó a salir una resina marrón oscura y, cuando la hoja metálica estaba totalmente adentro, las ramas pasaron por debajo de mis axilas, enredándose en mis brazos y el resto del cuerpo. Por poco me estrangula. Menos mal que mi marido conversaba con el vecino en la calle y, al escuchar los gritos, corrieron a ayudarme. Me tomaron de los brazos y de la cintura empujándome en dirección a la casa, mientras el árbol hacía fuerza para su lado. Todavía no sé cómo soporté tanto dolor. Sus ramas me soltaron cuando dejé de luchar con la certeza de que moriría.

Por el barrio habían circulado historias de plantas que se movían sin viento, pero pensamos que se trataba de su crecimiento acelerado. El sauce se comportaba distinto. No nos dejaba salir al jardín, repartía latigazos. ¿Qué dijeron los del Auxilio Forestal cuando vinieron a analizar el caso? Que hiciera las paces con el árbol para poder circular sin peligro.

Hoy mi jardín es una jungla y la piscina, un pantano.

—Má, vení. ¡Es divertido! —dice Pedro hamacándose en una rama.
—Te dije que no tengo fuerza en los brazos. Decile a Tomás que baje de la medianera ya mismo.
—Dejalo, má. Está con los pájaros.
—Si no vuelven a la hora de cenar, los encierro de castigo.
—¿Qué pasa, Laura, estás rezongando de nuevo?
—Pero, Juan, ¿vos viste el nido de ratas que apareció en el jardín esta mañana?
—Ya hablamos de este tema. Sólo están jugando.
—¿Y si los atacan?
—Con ellos no se meten. ¿Tomaste las pastillas?
—Sí.
—¿Cuándo tenés terapia?

Me quedo mirando por la ventana del living hacia los árboles. No puedo dejar de comerme las uñas.

—Vamos, cambiá la cara. Disfrutemos del feriado en paz. ¿Venís a caminar con los perros?
—No, andá vos. Estoy cansada.

Juan se pone repelente, toma la guadaña, se engancha un GPS en el cinturón, hace un chiflido y nuestros cinco labradores corren a su encuentro.

En medio del jardín, mi padre fuma sentado dentro de la cápsula anti-mosquito que le regalé. Está en su mundo. La nube de insectos voladores se agolpa contra el tejido que lo protege y se dispersa con cada anillo de humo que exhala de su habano. Se divierte cuando los bichos se alejan un poco y rezonga bajito cuando vuelven en cada pitada. Con tanto insecto pegado en las paredes de la cápsula no se debe ver ni el cielo.

—¿Papá estás cómodo? Parecés un nene jugando con los bichos —le digo casi a los gritos.
—Vení, hija. Hay lugar acá adentro.
—Estoy preparando la cena.

Cuando Juan vuelve de la caminata se sienta en el escalón de la sala y empieza a sacarles las pulgas y las garrapatas a los labradores.

—Cortala con los perros. No soporto el olor de ese aerosol. Andá a buscar a los nenes y llamá a papá para que vengan a comer.
—¿Por qué cenamos tan temprano?
—Mañana tengo una consulta médica a las ocho. ¿Podrías acompañarme hasta la clínica?
—Claro que puedo, aunque te haría bien salir un poco sola.

Dejo el repasador en la mesada, apago el fuego de la hornalla, paso por al lado de Juan, que sigue limpiando a los perros y abro, decidida, la puerta que da al jardín. Escucho que él apoya el aerosol en el piso y viene hacia mí. Hace años que no salgo. Apenas lo hago, los insectos forman una nube alrededor de mi cuerpo. El zumbido de los mosquitos es intenso. Siento cómo me pican las piernas, los brazos. Espanto los que tengo en la cara sin dejar de caminar.

—¿Laura, te acompaño? ¡No te pusiste repelente!—me dice, Juan desde la puerta.

Miro al cielo, paso junto a la cápsula de mi padre y me dirijo hacia el sauce que se ha triplicado en tamaño. Avanzo frotándome los brazos para dispersar los insectos que tengo sobre la piel. Me dan asco los camalotes y las ranas que se adueñaron de la piscina. Tengo el corazón latiendo tan fuerte que consigo escucharlo. Yo puedo hacerlo, yo puedo hacerlo, me voy repitiendo mentalmente para no aflojar. Es el mantra que elegí en la terapia de grupo. Antes de meterme debajo de la copa del árbol, me distraigo unos segundos por las voces mezcladas con ruidos de hojas que se acercan. Son mis hijos que aterrizan en la otra punta del jardín. Hace meses que me preparo psicológicamente para este momento, no puedo perder el foco, por eso decido ignorarlos. Oigo el chistido típico de Juan, pidiéndoles silencio. Siento que me observan.

Pateo el suelo para espantar un par de ratas que me miran curiosas. Abro las ramas y tengo la sensación de estar entrando en una caverna. Es poca la luz que logra filtrarse. Esquivo una tela de araña y se me revuelve el estómago al ver que todavía tiene la marca de mi serrucho. Respiro hondo, apoyo la panza en el tronco y lo abrazo en un movimiento tenso, rápido, casi sin contacto. En respuesta, el sauce se sacude y me toca suavemente la espalda. Grito como si su reacción pudiera matarme y me golpeo con todas las ramas en una carrera desenfrenada hasta la casa. Juan entra detrás de mí preguntándome si estoy bien. Dice que está muy orgulloso, que no puede creer que al fin me haya animado. Me da un beso y empieza a sacarme los insectos, que aún tengo pegados en la piel y en la ropa. Yo no consigo articular palabra, intento recuperar el aire sin dejar de mirar al sauce. Veo que Pedro se mete debajo de la copa y, segundos después, reaparece balanceándose en una de las ramas.

—¡Má, no pasa nada! ¿Ves? —me grita sonriente, levantando los brazos.
—Vení, má, salí de nuevo que yo te acompaño a tocarlo —me dice Tomás, mirándome con cierta pena junto a mi padre.

Juan les pide que no me molesten. Fue suficiente por hoy. Recomienda que me pase una crema para picaduras después del baño.

De repente, escucho una carcajada. Es papá, que se ríe con ganas al describir la cara de horror que puse mientras corría hacia la casa. Lo miro con bronca y me refugio en la cocina. Desde la ventana me pide que no me enoje y, enseguida, hace un comentario estúpido sobre el buen comportamiento del sauce. Mientras tomo un vaso de vino, pienso que el viernes tengo terapia de grupo. Cuánto celebrarían ellos lo que acabo de hacer.

Los chicos y papá se acercan a la mesa. Juan aparece en la cocina y pregunta en qué puede ayudar. Le pido que vaya sirviendo la comida mientras me doy una ducha. Subo las escaleras y me encierro en el baño. Tengo el cuerpo lleno de ronchas. No soporto más el DON. Del segundo cajón, entre las toallas de mano, saco una cajita con un test de embarazo. Orino siguiendo las instrucciones que me sé de memoria y el test marca las dos rayitas. Sentada en el inodoro pienso en los dieciocho meses. Escondo el test en el fondo del mueble y agarro el blíster de comprimidos amarillos. Cuento los que quedan y me miro la panza.


-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------