Se sube al tren: Fabiana Duarte

Fabiana Duarte

Se sube al tren la escritora Fabiana Duarte y nos presenta su cuento "La viuda".

- ¿Cuándo y por qué comenzaste a escribir?

- Empecé a escribir hace unos tres años. Toda mi vida fui ávida lectora de todo lo que caía en mis manos, pero nunca se me había ocurrido que podía escribir. No tenía poesías ni relatos escritos guardados. Conocí a un escritor, quién ya tenía libros publicados, y que me invitó a ser parte de un taller de escritura virtual. Acepté para ver de qué se trataba. Cuando lanzaron la primera consigna de escritura, me prendí, y de ahí en más no paré. Todo lo que se generó después fue para mí una grata sorpresa.

- ¿De qué se nutre tu escritura?

- Esencialmente de la vida. De lo que leo, de lo que veo. De la calle, de los viajes. Soy observadora así que me enfoco en los rasgos, en la manera de hablar de las personas. De los pequeños detalles en general. Cuando escribo, mi cabeza es una caja de pandora, a veces ni yo misma sé de dónde salen las imágenes, pero todo está ahí.

- ¿Tenés rituales a la hora de ponerte escribir?

- No, no soy de las personas que necesitan tener la luz de cierta forma, el almohadón de esta otra manera, el té de hierbas sobre la mesa. No. Escribo donde sea. En la cama, en la mesa del comedor, en el horario de almuerzo de mi trabajo. Es más, casi todos mis cuentos fueron escritos en la oficina.

- ¿Hay algún tema que aún no te animaste a enfrentar con tu escritura?

- Pues, me metí con el terror, la ciencia ficción, lo extraño, lo erótico. Pero mi material es básicamente realista. Lo que sí nunca me metí con el Amor, por ejemplo. Aunque sus opuestos, la indiferencia y el desamor aparecen en mis historias.

- Te doy una bola de cristal para ver el futuro, ¿cómo te ves?

- Ni idea, la verdad. Tengo un libro de cuentos terminado, pero por ahora estoy en pleno romance con mi primera novela. La veo ganadora de un concurso importante que me permitirá publicarla.

- Hoy ¿por qué escribís?

- Porque me divierte, la paso bien escribiendo. Hay una adrenalina ahí cuando te diste cuenta de que le encontraste la vuelta al texto, que es impagable. Además es el único hobbie que es gratis. No invertís nada, salvo tu tiempo. En la escritura el tiempo siempre es una buena inversión.


"La viuda"

Se nota que Grecia está cansada. Cuando entra a la cocina, mueve la cabeza para un lado y para el otro como si le doliera el cuello o la espalda. Tiene puesta una remera blanca y el short que usa de pijama. Me molesta que arrastre las pantuflas cuando camina. Se sienta en la silla y se recuesta apoyando un brazo sobre la mesa de la cocina. Suspira.

Ceba un mate.

Lo chupa y hace una mueca. Como si la acidez de la yerba contuviera toda la amargura que arrastran los años.

—Esto es un asco —dice

Se levanta, enciende la hornalla de la cocina y pone el agua a calentar.

Apoya el culo en la mesada de granito, cruza las piernas. Se refriega los ojos, bosteza.

—Se nota que no tenés corpiño —le digo

—No hay nadie que me mire —responde

—¿Y yo qué? ¿Estoy dibujada?

Toma el paquete de Marlboro y enciende un cigarrillo.

Abre la boca, no exhala. El humo se eleva, lento. Cierra la boca y el resto del humo escapa por la nariz.

—¿Sabías qué fumar te acorta la vida, no?

—Levantarme todas las mañanas también me la acorta. —dice, saca la pava del fuego y vuelve a sentarse.

A Grecia la conocí hace dos años. Trabajábamos en un restorán de La Boca. Ella en la cocina y yo con apenas 17 años empezaba como mesera. Charlábamos en los ratos libres. Ella era una mujer con carácter, dueña de un gran mundo interior, una persona que meditaba las cosas con calma. Ahora es como si el espíritu que la poseía la hubiese abandonado de golpe. Todo le da lo mismo. Además, ahora la detesto.

—Hoy es sábado… ¿Qué vas a hacer vos? — pregunta mientras pasa el mate.

—Nada, me voy a quedar a escribir algo.

—¿Cuándo vas a buscar un trabajo como la gente, Gloria? Acá hay que comer todos los días, nena.

Elijo callarme.

Hoy se cumple una semana de la muerte de papá. Tengo la sensación de que va a salir del cuarto y me va a abrazar como todas las mañanas. Me va a retar porque sigo muy flaca. Va a preguntar con quién me quedé hablando por teléfono anoche. Él lo sabía todo. Cuando era chica, preguntaba… ¿Qué te pasa, negrita? Y yo terminaba contándole: Que mamá no pagó la cuota del colegio. Que Claudio, mi noviecito de la infancia, estaba mirando a otra chica. O… que tengo un atraso de veintiún días y estoy aterrada.

—A tu papá sí que lo engatusabas. A mí no, querida… Yo trabajo todo el día para mantener esta casa. Porque con los pocos pesos que traés, haciendo de escritora, no alcanza para nada. Además te hacés la fina. Anoche no quisiste comer…

—Por qué no me dejás en paz —grito— al menos hoy, ¿Puede ser?

Escarba la yerba dentro del mate mientras piensa. Después lo llena de agua caliente. Los palitos verdes flotan en el agua. Tres cebadas y ya quema toda la yerba. Tres cebadas y se va todo a al carajo.

—¿Vas a ir al cementerio? — pasa el mate.

Tengo que admitir que papá se enamoró perdidamente de Grecia.

Cuando ella lo vio por primera vez, una madrugada que él me fue a buscar al local, preguntó: ¿Este es tu papá? ¡Qué pinta tiene el jovato! Usó un tono burlón, como suele hacer cuando intenta disimular el interés por alguien, pero lo miró con fascinación. Grecia siempre fue delgada y alta, pero tenía algo en su postura. Una inusitada elegancia que parecía ser parte de su naturaleza. Aunque era muy reservada con sus asuntos, corría el rumor de que salía con varios hombres a la vez. En aquella época, ella poseía una belleza singular.

—Sí, a la tarde. Voy a llevar unos jazmines. ¿Vos vas a ir?

El mate me revuelve el estómago. Siento escalofríos. Debo tener la presión por el piso. Tomo una cucharada repleta de azúcar y la trago. La náusea se me queda atorada en la garganta.

—No. Salgo del trabajo a las siete —dice—, tal vez vaya mañana. ¿Te pasa algo a vos? Estás pálida…

Salgo corriendo al baño.

Apenas llego a arrodillarme en el inodoro. La fuerza descomunal del vómito surge sin que pueda evitarlo. Los calambres de cada espasmo parece que me van a desgarrar el estómago. Agitada, babeante. Tiro la cadena.

Enjuago mi boca para borrar el gusto acido. Observo la cara pálida en el espejo, los ojos vidriosos. Miro fijo a esos ojos marrones que me miran, como si no fueran los míos.

Me enfurecí con él cuando me dijo que le iba a proponer matrimonio, que Grecia era la mujer de su vida. Ni con mi madre se había casado… Le cuestioné el tema de la edad, los asuntos legales. Le dije que ella le iba a poner los cuernos en la primera oportunidad. Sí, se lo dije.

El portazo que da Grecia al irse me devuelve a la realidad.

Entro al estudio y acomodo mi turbado cuerpo en el sillón.

No logro escribir una línea.

Nunca sentí incomodidad de estar sola. No me aburro ni me deprimo por no tener una pareja. Al contrario, jamás se me pasó por la cabeza la idea de formar una familia. Así que evito las relaciones formales. Me conformo con un “novio” para los días de lluvia, o un amante ocasional. La libertad es algo que no estoy dispuesta a negociar. Quizás llame a Willy y comience una investigación sobre embarazo adolescente, puede que resulte interesante.

Pienso en que mi madre pasó por lo mismo hace 19 años. Yo no fui el proyecto de una pareja. Fui un accidente. No puedo creer que repita la historia. Ahora, en este momento. ¿Cómo decidir por alguien que aún no existe? Es mi cuerpo, es mi vida la que enfrentará los cambios.

El ruido que hacen mis tripas me lleva a la cocina, abro la heladera. Todo lo que hay para comer me da náuseas. Decido ir al cementerio. Quizá hablar con papá me aclare las ideas. Antes tengo que pasar por una farmacia.

Llego a Chacarita cerca de la una del mediodía, el calor es agobiante. Me compro una botella de agua mineral en la terminal del Urquiza. Fui al baño de la estación y me hice el test de embarazo, hace de esto quince minutos. El resultado ya debe estar visible.

Cruzo al cementerio entre la maraña de automovilistas. El calor de los motores acrecienta el mal humor del mediodía. Un ciclista se cruza de brazos bajo los rayos del sol esperando que cambie el semáforo. En la vereda me ofrecen flores, caigo en la cuenta de que me olvidé los jazmines.

Camino serena por la ciudad de los muertos. Los nichos me dedican una sombra refrescante. El lugar donde está enterrado papá es un espanto. Está alejado de la entrada. Un predio de tumbas nuevas contra la medianera este del cementerio. Muchas de ellas sólo son un cúmulo de tierra reseca por el sol. Algunas, adornadas con flores de plástico descoloridas.

Antes de llegar me cubro del sol debajo de un árbol. Llega un trabajador del cementerio con una carretilla y algunos elementos para remover la tierra.

—Buenas… —dice mientras se seca el sudor de la cara con un pañuelo.

Me limito a sonreír.

—¿Estás perdida? —pregunta.

Mira a lo lejos, entre las tumbas, como buscando algo.

Es un hombre mayor. Tiene poco pelo y canas en los bigotes anchos. Acomoda la camisa dentro del pantalón. Cuando termina ubica los brazos en forma de jarra, apoya las manos en la cintura y me mira esperando una respuesta.

—No, no. Paré un ratito en la sombra antes de seguir. Está muy fuerte el sol. —le digo

—No te conviene venir a esta hora, es la muerte… —dice, en un tono serio—, aunque algunos no entienden. Hace un gesto con la cabeza, me indica que mire hacia adelante.

Disimulo la risa que me arrancó su comentario y miro en dirección a donde me marca.

No veo nada.

—Allá —Señala con el índice.

Sigo la proyección de su dedo y distingo a unos cincuenta metros un bulto en el piso, entre las tumbas.

—Viene todos los mediodías. Se acuesta sobre la tumba y llora con una desesperación que me parte el alma —dice— yo veo de todo acá adentro, pero como lo de esta chica, nunca. No sé si será la tumba del padre… o de un hijo, pero no para de llorar. Yo no me acerco, por respeto.

Coloco la mano a modo de visera para hacerme sombra y mejorar la visión. Cuando el bulto que está en el piso se incorpora, la reconozco al instante. Es Grecia.

Parece un fantasma. Flaca, ojerosa. Se suena la nariz. Se coloca los anteojos de sol.

Se queda parada frente a la tumba de papá. Sacude su ropa, llena de tierra.

Tira un beso a la tumba y se aleja por un pasillo, baja a la calle lateral. No levanta la vista del piso.

Terminé de escribir el trabajo para el blog sobre embarazo adolescente. Toda la investigación fue reveladora para mí. Pasó una semana desde que me hice el test.

La hija del portero del edificio me pasó el dato de a dónde ir. Dice que es seguro. Ella se lo hizo el año pasado.

Tengo turno a las tres de la tarde.

Hace dos semanas que Grecia no va a trabajar, aunque sale todos los días puntual a las siete de la mañana. Llamé al trabajo y me lo confirmaron. No sé qué hace todo el día. Sí sé a dónde está entre las doce y la una. El día en que la vi en el cementerio, ya en casa, le pregunté si había ido y me dijo que no.

Le pedí vender el departamento, necesito mi parte. Las discusiones son cada vez más frecuentes. No podemos seguir viviendo juntas.

Pienso en papá. Es tarde, me pidieron que llegue puntual.


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