Se sube al tren: Diego Muzzio
Se sube al tren el escritor Diego Muzzio y nos presenta algunos de los poemas de su libro aún inédito "Los lugares donde dormimos".
- ¿Cuándo y por qué comenzaste escribir?
- Empecé a escribir de muy chico, o al menos a hacer de cuenta que escribía. Mis modelos eran las novelas de Verne y Salgari, así que, más que escribir, pasaba bastante tiempo sobre mapas y enciclopedias, mirando en los mapas países lejanos, estudiando dónde se desarrollaría la acción de mi relato. Tomaba notas y era un juego, una manera de pasar el tiempo. Algunos años más tarde, en la adolescencia, empecé a escribir poesía, después e haber leído a Neruda, como sucede a muchos jóvenes, supongo.
- ¿De qué se nutre tu escritura?
- De otras escrituras, de sucesos históricos, de sueños, de situaciones que observo por la calle, de experiencias que me cuentan amigos…
- ¿Tenés rituales a la hora de ponerte escribir?
- Escribir de mañana, con mate, y en silencio.
- ¿Hay algún tema que aún no te animaste a enfrentar con tu escritura?
- Hay temas que no toqué, pero no porque no me anime sino porque, supongo, no me interesan demasiado.
- Te doy una bola de cristal para ver el futuro, ¿cómo te ves?
- Dámela y te digo… No, aunque me la dieras, no miraría. No me gustaría saber nada sobre mi futuro.
- Hoy ¿por qué escribís?
- Porque me divierte, porque tener una idea para un libro para chicos, por ejemplo, o para una novela para adultos, o para un poema, me excita, me da energía. También porque, de algún modo, la escritura me ofrece una ilusión de justificación, y aunque sea sólo un espejismo, de algún modo funciona.
"Java"
El vapor que se eleva de la taza sugiere el contorno |
de archipiélagos donde la lluvia doblega |
la verde penumbra de una selva. Y después, |
sobre la playa, ves avanzar una familia de tortugas, |
y más tarde apenas los caparazones vacíos, |
útiles aún para ocultar a los peces más pequeños |
de las fauces de depredadores mayores. |
Y los mismos pensamientos vuelven |
con el reflujo turbio de la marea: |
el azar que te permite estar sentado, imaginar |
viajes improbables como morir unos minutos |
para descender a dispersar el denso |
cardumen cebado en tu costado. |
Y si al regresar lo harías al mismo lugar, |
bajo las mismas condiciones, y cuánto de tu vida |
estarías dispuesto a resignar por el dudoso privilegio |
de nadar en esas aguas; si al retornar encontraras |
que ciertos objetos o incluso tu cuerpo cambiaron |
y tu mano ya no sostiene una taza y tu mano |
es sólo el dorso de tu mano acoplado a una mandíbula. |
La luz no pacta con la oscuridad |
y es necesario encontrar una estrategia que te permita |
atravesar la longitud del día, segregar un caparazón, |
otro cielo bajo el cielo, prevalecer un tiempo |
sobre el agua que aguarda |
la caída y dispersión de tu precaria arquitectura. |
"Ventanas iluminadas"
Abre los ojos. Su mano cae sobre los libros |
apilados junto a la cama, toma uno al azar |
y lee un poema: es como abrir una ventana |
en una casa desconocida, a la que llegamos |
por la noche, perdidos, empapados por la lluvia. |
Aún somnoliento, su cerebro organiza el trabajo: |
¿puede aprovechar algo de sus sueños? |
El asno cayendo de lo alto de la montaña |
o aquella voz en la oscuridad: |
“la muerte es una silla en una habitación vacía”. |
Escribe. Corrige. Vuelve a escribir. |
La tarde despliega la pregunta de siempre |
y, al anochecer, cree encontrar una respuesta |
en otro libro abierto al azar: |
debo escribir poemas, la más fatigante de las ocupaciones. |
Enciende la luz. Se acerca a la ventana. |
Otras luces resplandecen a lo lejos, |
entre las copas de los árboles. |
Algunas permanecerán encendidas hasta la madrugada. |
"Predilección por las cosas pequeñas"
Esta mañana, después de un invierno |
demasiado prolongado, mi hijo y yo |
salimos a pasear por el bosque. |
El iba cantando y juntando ramitas, |
hollando apenas las hojas |
mientras yo pensaba en los años |
que había pasado sin escribir poesía, |
enterrado en la prosa de ser padre. |
De pronto, mi hijo se detuvo y gritó: |
¡papá, un perro, un perro! |
Al levantar los ojos, vi un pequeño ciervo |
huyendo sobre el sendero, entre los árboles. |
Si la arquitectura de su fuga se desmoronara, |
y al final del día sólo me quedara |
el silencio tumultuoso de su paso, |
el agua del tiempo inclinada hacia la noche: |
¿Regresará mañana? ¿Encontraré en mi sueño |
el movimiento capaz de retenerlo? |
¿Cómo explicarle a mi hijo |
que tantas cosas dependen de un poema? |
"Los lugares donde dormimos"
Los muertos se amontonan a mirarnos |
en la noche dentro de otra noche oblicua, inclinada. |
Los oigo hurgar como topos, murmurar |
las últimas palabras que en vida pronunciaron, |
en distinto orden. Pero si siembra la sombra su sueño |
en los lugares donde dormimos y aun así soñamos, |
si ellos, los muertos, veloces como nubes o altísimos incendios |
se internaran laterales en la ola: |
¿no habrá una forma de organizar esa arquitectura ausente, |
alguna manera de ordenar las palabras? |
Escucho el tren, en la madrugada, cuando nadie |
ha despertado aún. Viene de lejos, de mi infancia, |
cargado de caballos mojados y libros amarillos. |
Esta es tu casa; éste, tu cuerpo. |
Aquí mora tu espíritu. |
"Java", "Ventanas iluminadas", "Predilección por las cosas pequeñas" y "Los lugares donde dormimos" forman parte del libro -aún inédito- "Los lugares donde dormimos"
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