Se sube al tren: Corina Materazzi

Corina Materazzi

Hoy se sube a nuestro tren la autora Corina Vanda Materazzi y nos presenta su cuento "Desabrigado"

- ¿Cuando y por qué comenzaste escribir?

- Los inicios fueron en la infancia y muy graciosos. Antes, que no es como ahora, el entretenimiento había que autogestionarlo. Recuerdo la casa donde yo vivía con mis padres y mis hermanos, los fines de semana se llenaba de gente: tíos, abuelos, amigos de mis viejos, primos etc. yo me aburría porque, en general, quienes nos visitaban eran en su mayoría adultos. El frío en invierno y las pocas horas de sol, hacían que permaneciéramos todos adentro, en una casa que tampoco era muy grande, el fastidio que yo sentía se agrandaba. El verano era otra historia. Así que un día empecé a escribir obras de teatro que no eran más que versiones de los cuentos infantiles de la época, fundamentalmente de las películas del cine de Disney y que la mitad de los asistentes tenían que representar. A veces mezclaba a Blanca Nieves con el príncipe de la Bella Durmiente y se armaban unos bretes muy graciosos, otras las piezas tenían trágicos finales. Recuerdo una constante en todas las obras, que tenía que ver con un personaje que hacía uno de mis hermanos, siempre era un árbol, cosa que aún hoy me reclama. Yo creo que sin embargo fue premonitorio, porque los árboles en ocasiones son lo único que increíblemente queda en pie luego de una gran tempestad. Después la situación familiar cambio, como pasa en muchos hogares, desavenencias entre adultos y la casa se vació así que seguí escribiendo pero una especie de diario íntimo que no guardaba una fidelidad absoluta con los hechos acontecidos durante el día. A veces los deseos y/o los miedos invadían la crónica diaria. Uno de mis hermanos (no el que siempre hacía de árbol, otro) se dedicaba a leerles a mis padres y a sus amigos esto que yo escribía en secreto en un cuaderno. Lo que más me avergonzaba no era que se enteraran de lo que me había sucedido incluso a lo que más le temía sino que supieran lo que deseaba. Dejar de escribir no fue una opción que evalué en ese momento (no pude y tampoco ahora podría). Se me ocurrió entonces elaborar un alfabeto propio: cambié letras por signos confusos y extraños y así quedé a resguardo. Escribí durante mucho tiempo así, pero como además éste hermano amenazaba con descifrar ese lenguaje empecé a enterrar en frascos las hojas de ese cuaderno, como hacía uno de mis abuelos con los vinos (que según él) los volvía con el tiempo mejores. Esto duró hasta que un día soñé que en el jardín de la casa en que vivíamos crecían plantas, después flores y que estas empezaban a revelar todo eso que estaba bajo tierra. Me acuerdo que me desperté y dejé el jardín lleno de pozos en busca de los frascos. No logré recuperar todo, porque eran tantos, que había perdido registro de la ubicación exacta de cada uno. Cada tanto sigo pasando por la esquina de Suipacha y Moreno en Los Polvorines y me detengo con el auto, no oigo nada, respiro tranquila y me vuelvo a mi casa.

- ¿De que se nutre tu escritura?

- De varias cosas. En primer lugar de la lectura. Soy una lectora compulsiva, siempre leí pero ahora puedo llegar a leer diez libros por mes. Hago la tarjeta de crédito de goma.Estoy inaugurando la cuarta biblioteca en casa, gracias a que regalé un montón de ropa que no usaba y los libros empezaron a tener presencia en el vestidor. Retomando, creo que la lectura puede convertirse en: agujeros, ventanas, túneles, poros, puentes, abismos… por dónde uno puede decidir perderse y encontrar infinidad de cosas. De ahí en general surgen imágenes porque yo me siento a escribir cuando tengo un fogonazo visual después viene mucho trabajo “culo en silla” porque escribo en una sentada que puede durar un momento, algunas horas, incluso un día entero. Luego vienen muchos días de corrección y edición. La observación sin dudas es también una fuente que alimenta. El mundo está lleno de detalles que hablan por sí mismos, eso lo aprendí años atrás en estudiando Diseño, solo hay que prestarles atención (y desatender otras cuestiones lógicamente) tener una linterna a mano y hacer foco en eso que a veces es mínimo pero sumamente interesante y otras es tan obvio y expuesto que justamente por eso lo menospreciamos y lo hacemos a un lado. Hay otro punto que a mí me parece importante que es intentar despegarse de ciertos prejuicios personales hasta incluso culturales para escribir, al menos eso me propongo: no ser etnocentrista. Procuró no juzgar la historia según mis parámetros personales. No califico a mis personajes según mi cosmovisión del mundo deseada .Se que es un terreno pantanoso porque entonces uno se empieza a preguntar sobre lo que es “natural” o es “lógico”. Los grandes paradigmas entonces empiezan a fisurarse en relación a cada realidad. Es entonces que lo que conocemos como verdadero empieza a tener otras aristas que por distintas o exóticas no dejan de ser tan legítimas como aquello que hasta cinco minutos atrás considerábamos indiscutible. Creo que en ese sentido ,preguntarse, es otra de las cuestiones que aportan a la hora de escribir porque si bien la curiosidad tiene un riesgo implícito de generar un cierto caos yo creo que eso es justamente lo que genera la tan mentada tensión en cualquier obra y es en definitiva lo que la hace interesante. En consecuencia manejar el miedo inherente y hacerlo jugar a favor de la historia es parte importante. Otra cuestión es no subestimar a nuestro lector, no dejarle todo servido, porque al menos yo pienso que los silencios dicen más que cualquier palabra y además son un signo de reverencia hacia el lector. Los silencios incomodan, alarman pero también puedan hacernos sacudir, despertar. Lo que intento cuando escribo es jugar: ofrezco un rompecabezas con piezas faltantes que lector en forma cómplice terminará por completar. Cuando yo como lectora me encuentro en la situación de llenar esos vacios en mi cabeza, siento que el autor me respeta porque tiene en cuenta al lector como parte del proceso creativo.

- ¿Tenés rituales a la hora de ponerte escribir?

- Necesito sí o sí aislarme. Eso no quiere decir que necesite estar completamente sola. Muchas veces logro sustraerme en una muchedumbre como un bar, aunque lo más habitual es que escriba en mi casa. Por otro lado allí en casa no logro escribir más de dos oraciones si mis hijos están ahí. Uno podría imaginar que son chicos, demandantes y sumamente ruidosos. Todo lo contrario. En casa reina mucho silencio salvo que haya algún partido de futbol o para la hora de la cena. Ellos ya son grandes y muy independientes, pero si están aunque no me llamen, ni reclamen, la maternidad me puede, porque es por lo único que interrumpiría una sesión de escritura. Pero como ellos, por suerte, tienen su vida: estudio, trabajos, amigos y novia, eso nos salva ( a ambos) y entonces me permite a mí encontrar ciertas “plazas” dónde también poder dedicarme con mucho placer a leer y a escribir sin interrupciones.

- ¿Hay algún tema que aún no te animaste a enfrentar con tu escritura?

- Sospecho que muchísimos, obviamente. La temática de mi último libro ahonda en temas reales, muchos habituales, pero los textos anclan en porciones de esos universos dónde es difícil mirar, oír y sobre todo hablar. Creo que en ese sentido tengo mucho terreno por andar. Escribo sobre el lado B de los temas, cuando existían los Long-play, lo éxitos venían en el lado A. El dorso es un territorio con más relieve. El revés me resulta más áspero y quizás por eso me seduce, ese lugar en la tela donde se ven las costuras, donde están los poros, las hilachas cuelgan, donde somos más opacos. Ingreso camuflada como si fuera un nativo de ese lugar sin emitir juicio. Es eso, precisamente, lo que me genera cierto deshago y en la tensión, paradójicamente, a veces logro cierta comodidad. Reconozco que llegado un momento se transformará (al menos para mí) en una situación de confort de la cual habrá que salir para seguir creciendo y adentrarme como un forastero nuevamente en continentes desconocidos que a veces sospecho no tienen que ver tanto con qué se cuenta sino cómo y desde dónde se lo hace. Para resumírtelo creo que hay mucho por enfrentar si uno está dispuesto a arriesgar. La lectura para el que la produce como para quien la consume es un viaje y en ese sentido yo viajo a brújula cuando escribo y cuando leo me dejo llevar, como en el tango.

- Te doy una bola de cristal para ver el futuro, ¿cómo te ves?

- Uno diría que, si escribir tiene que ver con cierta capacidad o entrenamiento de imaginar, sería poco creíble que te dijera que en lo personal, me cuesta verme varios pasos adelante, pero es lo que me sucede. Quizás tenga que ver con esto de entender la vida como un viaje liviano con poco equipaje y con postas. Eso me permite ir revaluando el norte, no firmo contrato de exclusividad con ningún punto de destino, en principio. Estar permeable al camino me permite, a veces llegar a lugares insospechados, perderme muchas veces para poder encontrarme. En ocasiones genera angustia lógicamente, pero es el riesgo que a menudo asumo, la moneda con la pago esta aventura. No sueño a lo grande porque miro el mundo desde un ojo de buey, esa ventanita circular que solía haber en barcos antiguos. Pero siempre hay un horizonte en donde está puesto el deseo: me gustaría llenar la heladera de mi casa haciendo lo que me gusta. Parece simple pero a la vez no lo es. Una vez lo intenté estudiando la Licenciatura de Historia y luego dando clases en colegios secundarios: no funcionó. Años después me recibí de Diseñadora y diseñé de todo: muebles, interiores de casas, oficinas, comercios y un sinfín de accesorios. Tampoco funcionó. Quizás como dicen: “la tercera es la vencida” por ahí quién te dice que sea la escritura, pensando que la heladera se va a achicar a futuro porque los chicos algún día se irán y yo seguiré a dieta luchando con los kilos de más, por los siglos de los siglos…

- Hoy ¿por qué escribís?

- Escribo mentiras sólo para contar algunas verdades.


"Desabrigado"

—Papá, la puerta está abierta…hace frío.

Lo miro pero no lo miro. Para mí es lo mismo si la puerta está abierta o cerrada, hace meses que tengo frío. Da igual.

Un día Nora volvió de trabajar y habló con todos.

También conmigo.

No recuerdo exactamente todo, pero dijo algo así como que no quería seguir sintiendo que la vida se le escapaba. Habló de una opresión en el pecho, de sensaciones, muchas, angustia, reproches, demandas.

Se fue y la puerta quedó abierta.

Quedó el plato de Nora en la mesa, pegado al mantel como con engrudo esperando a ser servido con los castigos inconscientes de los recuerdos y las torturas ya sin sentido.

—Papá, mamá conoció a Carlos.

—Papá, mamá va a ser mamá.

Me quedé en la casa, un territorio inhóspito y sombrío pero con la puerta abierta aunque hiciera mucho frío.