Se sube al tren: Alexandra Jamieson
Hoy se sube a nuestro tren la escritora, editora y gestora cultural Alexandra Jamieson, y nos presenta algunos de los textos que componen su próximo libro "Cómo iniciarse en micrología.
El estudio de las pequeñas cosas, mínimas o que no se ven a simple vista".
- ¿Cuando y por qué comenzaste escribir?
- Empecé a hacerlo de muy chica, con las herramientas que tenía y siempre sentí que me expresaba mejor por escrito que verbalmente. El motivo es completamente desconocido para mí, simplemente me salía. Quizás tenga que ver con la vena familiar, mis padres se dedicaron siempre a las letras y vengo de abuelos periodistas, que no conocí, pero algo de ellos llegó hasta mí.
Nunca le presté demasiada atención a mi escritura hasta que hace unos 10 años, si no más, empecé a producir microficciones y a entusiasmarme con el tema de la escritura. Me frustré al querer escribir cuentos más largos porque no me salía, me parecía imposible sostener un personaje en más de media página. Así fue que me anoté en el taller de Valeria Iglesias, actual directora de Ediciones Outsider, con esta idea: “aprender a escribir largo”. Ahí aprendí sobre estructura, creatividad, desarrollo de personajes, hice muchos borradores que después germinaron y terminaron siendo cuentos, hice mis primeras publicaciones con los compañeros del taller, preparé un libro de cuentos “largos”.
Después me seguí capacitando porque con la mirada de adulta siento que siempre puedo mejorar e incorporar herramientas, además de seguir la exploración de la propia voz o del estilo.
- ¿De que se nutre tu escritura?
- De tantas cosas. Primero, de las experiencias cotidianas. Eso es básico. Si yo no interactuara con el mundo que me rodea no sé qué escribiría. Trabajar en una oficina me dio siempre mucho material.
Por otro lado, de todo lo que leí y leo. Hace tiempo que no hago una lectura inocente, es decir, voy viendo qué quiso decir el autor con esa frase, qué está haciendo con el ritmo, si oculta información para dar un golpe final, etc. También hay una parte muy villana en mí que corrige permanentemente lo que voy leyendo y pienso: esto no lo escribiría así, hubiera quedado mejor de tal manera. Es como un autocorrector mental. Lo duro es cuando empiezo a aplicarlo a mi propia escritura para corregir. Pero otra parte de mí está plenamente convencida de que no hay manera mejor de decirlo y esa gana siempre, es la que me permite plasmar la versión final.
Otro alimento para mi escritura es la escucha. Me fascina escuchar conversaciones a medias por la calle, tomar frases y reformarlas. Me sirven de disparador y puedo construir toda una historia alrededor de ellas. Incluso de las cosas que entiendo mal, así surgió el cuento “Lipoasfixia”. Nunca supe cuál fue la palabra original que dijo la nadadora en la ducha de al lado mientras charlaba con su amiga, pero a mí me disparó la fantasía de un tratamiento novedoso y qué le pasaba a una mujer que trataba de llevarlo a cabo por su cuenta.
- ¿Tenés rituales a la hora de ponerte escribir?
- El ritual es escribir. Descubrí hace poco que por las características de mi escritura puedo hacerlo en prácticamente cualquier lado, por ejemplo, en una nota en el celular mientras vuelvo de la oficina. Claro que para los cuentos con más desarrollo hay que apoyar las nalgas en la silla y plasmarlo con más tiempo, ahí no queda otra. Para lo más fragmentario, como la microficción o las micropoesías -intento de haikus- me funciona anotarlo en cualquier lado. Suelo llevar una libreta y me encanta escribir con pluma o con unas lapiceras con tinta de gel que corren muy bien. Esto para mí es muy importante porque soy zurda, y cuando decido escribir a mano necesito que la tinta fluya y que la punta de la lapicera no se trabe en el grano del papel.
A veces escribo con mate, a veces con té. También me gusta mucho tipear. Desde muy chica quería escribir a máquina en la vieja y querida Olivetti, y aprendí a tipear al tacto. Disfruto del sonido de las teclas, ahora en un teclado de computadora. Son los goces físicos de la escritura, escribo con todo el cuerpo.
- ¿Hay algún tema que aún no te animaste a enfrentar con tu escritura?
- No escribo por temas, escribo lo que me sale y allí es que empieza a entreverse un tema. Lo siempre sorprendente es que cada lector -u oyente, leo bastante en vivo- encuentra un tema diferente. Eso me encanta, porque yo no escribo sobre un tema, con un tema en la mente, escribo sobre lo que me está pasando, sobre los personajes, sobre los caracteres humanos y, sobre todo, escribo historias. Hace un tiempo me encontré escribiendo un cuento sobre la eutanasia. Apareció a través de una consigna propuesta por la hermosa Liliana Bodoc, y, definitivamente no estaba en mis planes, salió así.
- Te doy una bola de cristal para ver el futuro, ¿cómo te ves?
- Escribiendo, siempre escribiendo. Llevando adelante más proyectos que me hacen feliz, como el ciclo de poesía o la revista o quién sabe. Sueño con vivir en una casa en donde pueda funcionar un centro cultural y estar siempre vinculada a eso: la escritura, la lectura, la música. Una parte de mí es una productora nata.
En un plan más realista, me veo firmando un contrato con una editorial por un libro ya escrito, escribiendo artículos y más reseñas, viviendo de escribir. Ahora que lo pienso, no sé si este es el plano más realista o más soñador jajajajaja
- Hoy ¿por qué escribís?
- Quién sabe… para estar sola, para encontrarme, para encontrarme con otres, para decir lo que no se dice, para pensar, principalmente para jugar con las palabras.
"Monstruosa decepción"
Veneno corrosivo debió fluir de sus órbitas cuando le arranqué los ojos después de conocer las atrocidades que había perpetrado. Solo sangre roja y común, como la tuya y la mía, asomó.
"Temperatura de oficina"
—Ah, vos tenías frío, ¿no? —preguntó el jefe. |
—Sí. |
—Claro, tenés un problema… Tenés un problema con el termostato. Andá abajo a ver si te lo cambian. |
Se levantó y caminó mecánicamente hasta el ascensor que la llevó al primer piso del edificio. Cuando salió al hall vio a través del vidrio a varios compañeros que habían tenido el mismo problema: a los que nunca habían podido ayudar del todo. Estaban arrumbados en el suelo, algunos se movían un poco todavía, otros perdían un líquido azul por agujeritos en el termostato. |
Pensó que quizás ella terminaría así ese mismo día, no era la primera vez que la mandaban a cambiarlo. |
Volvió a su cubículo con el aparatito nuevo instalado y siguió tomando llamadas. |
—¿Te lo cambiaron? |
—Sí. |
—Ya no tenés frío, ¿no? |
Dijo que no mientras se secaba discretamente el líquido azul. |
"Saltar"
Vio que el tren se acercaba y saltó a las vías. Siempre había tenido miedo de que alguien la empujara adrede o de caerse involuntariamente. O voluntariamente. Ese día se había levantado especialmente enérgica y escéptica al mismo tiempo pero con ganas de experimentar sensaciones nuevas. Le daba miedo pensar que un día tendría el temple de dar ese salto que tanto la atraía. Cuando viajaba en tren, le molestaba detenerse durante horas sólo algunas estaciones después de haber subido porque alguien había logrado lo que ella no. ¿Cómo lo habría hecho? ¿Tomando impulso y carrera? ¿Blandamente, desmoronándose por el borde? Como si nada, un saltito de nada. Ver que viene el tren y saltar. Dura un segundo y está en el foso rodeada de papeles, botellas plásticas, metal. Llega a ver también el asombro de dos pasajeros cuando deja apoyados el bolso del gimnasio y la cartera en el andén, como si fuera a volver pronto para buscarlos. Vio que el tren se acercaba.
"Período luminoso"
Me metí a la ducha para despabilarme. Recién cuando sentí en mis pies que algo entraba por el desagüe en vez de irse, abrí los ojos. La velocidad de esa brea parecía incontenible. Enseguida rebasó la bañera. Traté tapando el sumidero con una toalla, cerrando la puerta del baño y bloqueando las rendijas, quise evitar que mis pinturas se mancharan pero fue inútil. Corrí a buscar al encargado. “¿Otra vez con esos problemitas en las cañerías? A ver…”. Entramos al departamento y estaba igual que el día anterior. Como siempre. “No es nada, con esto vas a dormir un poco” dijo mientras me inyectaba.
La semana siguiente mi galerista preguntó por qué había pintado la mitad de todos mis cuadros recientes de negro. Le molestó especialmente porque le gustaban, los llamaba “período luminoso”. Al contrario que el encargado, opina que no tengo ningún problemita en las cañerías.
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