Manija - Laureana Buki Cardelino
Manijas, metales y rayos. Laureana Buki Cardelino abre y cierra, entra y sale, y en el medio trae un rayo para clavártelo. Se llama Manija y es su nuevo poemario, editado por Pixel.
Manija es un continuo, una continuidad. Es un libro que podría seguir para siempre, que no tiene final. Tampoco principio. Tiene un concepto: cables, cuerdas, todo lo que ata pero también todo lo que abre, como las manijas. Buki es manija, su escritura igual. Su voz sale cuando escribe, cuando piensa y cuando su voz escribe lo que piensa. Su voz es música escrita. Es una canción. El canto de un cardelino. Y a su vez, toda esa naturaleza es atravesada por la máquina, lo eléctrico, el cable, la cuerda, lo que ahorca la ciudad y las afueras durante las vueltas en bicicleta, con amigas y cerveza, por el barrio, la ciudad, la casa: encierros y escapes. Un viaje hacia el final del recorrido que suena a inicio, y escribo “suena” porque es un zumbido que lleva a un estallido en la cabeza. Una fantasía: el final es un inicio. Una búsqueda constante sobre las letras que faltan. El recorrido es ese continuo que Buki llena con sus letras que cargan dinamita. Se encienden como el neón de un cartel en la autopista yendo a 180. Una calaca fluo dibujada en la oscuridad que se apaga cuando es de día, cuando amanece y solo resplandece la luz de un arroyo. La manija está ahí. Titila. No se apaga. ¿A dónde sigue? ¿Dónde termina? ¿Importa? Esa sensación de apertura que deja el final encarna todas las preguntas que aparecen al principio (si es que esas categorías pueden usarse como referencia en el continuo). Se abre una manija y después el blanco. Le toca al lector completar lo que falta. Las letras, las palabras, el pensamiento, el viaje, la búsqueda antes de quedar en corto, de que se nos apague el televisor como el que aparece en un poema, sin antena, entre el negro y el blanco. Gris. Tibio. Como el recuerdo de una abuela.
Se inscriben varias tradiciones en la literatura que produce Buki o, más bien, que procesa. En un momento en el que todo se re-brandea disfrazado de post, Buki re-moderniza deliberadamente, pero va más allá y se oyen otros recursos, otros cánones y otras técnicas. Es objetivista pero también, en ciertas instancias, hace guiños al pop, espectaculariza un poco el yo desde el lugar de la música y la composición que también atraviesan su escritura. Da cuenta de un yo trans en sus componentes estéticos, ideológicos y culturales, que se recuperan o rupturizan –como dice Marina Yuszczuk– en monstruos sinécdoques de la poesía, cadáveres que pueden abonar la tierra baldía de la literatura actual y su zeitgeist. Además, hay polifonía, hay intertexto e hipertexto, desde James Joyce a Wikipedia, una muestra de una diversidad de procedimientos textuales e interdiscursivos que van de lo “–re” a lo “–post”. Un cable que no transmite, construye una vibra “otra”. Los poemas se mueven así, en flow, de lo descriptivo a lo especulativo, de lo material a lo simbólico, de la realidad a la ficción. Son híbridos que asimilan o resisten la distorsión pero en cualquier caso la devuelven multiplicada, transformando su permanencia en cambio. Una patada eléctrica. Un rayo multidimensional. Un yo fragmentado entre la realidad del cotidiano y el extrañamiento, que se vuelca hacia adentro y explora pero también sale, mira hacia afuera e invita desde la superficie a adentrarse en la profundidad, a ver lo universal en lo singular. Y ahí, en ese mirar hacia el mundo, recordando bandas como The Clash, The Cure o The Pretenders, se vuelve popular, por tanto, cultural. En ese intersecto se inscribe Manija, en el movimiento que se viene produciendo desde los 2000 en la poesía, que excede el campo de estudio netamente literario –la esfera de la literatura–, y se planta y florece en el marco de los estudios culturales; es decir, se expande hacia la cultura, hacia lo popular, hacia una “popsía” remodernista. En Kraftwerk, Buki enuncia: “El loop se inventó así / la máquina en la música / la máquina es la música”. También hay máquina en la poesía y poesía en la máquina: la poesía es la máquina. La coctelera en la que se procesa la experiencia fragmentada del cuerpo, el género y su performatividad, sus máscaras, su expresión y dislocación en un montaje de tiempos: pasado, futuro y aquí y ahora dentro de una serie de sistemas de creencias, dogmas, cánones –tanto literarios como culturales–, y búsquedas estéticas pero, sobre todo, ideológicas.
Manija habla de chapas y cristales que pisamos y se mueven, que usamos como caminos y no se rompen porque son puentes. El texto es el recorrido. La pregunta es el destino.
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Gonzalo Zuloaga. Gonzalo Zuloaga nació en La Plata, entre sus diagonales y universidades. En 2017 editó su primer poemario Predicciones del Año Kitsch con Peces de Ciudad. A este le siguió Hackers D.O.S, fanzine co-producido con Jule Gore e ilustrado por Clara Spaltro. Es columnista de la revista trenINSOMNE, escribe para la colectiva Extrañas Noches Literatura Visceral, y comparte poemas en su Facebook y en Ciudad Kitsch su blog personal. Fue ganador de Mención Especial por unanimidad en el Primer Certamen Nacional de Literatura (2016, Conurbana.cult) en la categoría poemario por su obra Resucitando Edipos, publicada en la colección Voces del Cono Sur. Algunos de sus textos fueron seleccionados para su publicación en la revista Monolito Arte y Cultura (Méjico) y las antologías Palabras en Flor (España), En el momento del caos y Al filo del remolino (Ediciones Frenéticos Danzantes, Argentina). Participa en recitales de poesía y conduce la sección #cóctelypoesía en el programa La Terraza por Radio Provincia FM 97.1. Notas de Gonzalo