Lugares perdidos


Jimena Busefi - sierras - memoria - Garage Olimpo - Floresta - autoras argentinas - poesía - poetas - amigas - recuerdos


Hace unos años, escribí un poema que se llamaba “Lugares perdidos”. Algún día, voy a escribir también un cuento o una novela con ese título. Los lugares perdidos son parte de mí. Los visito. Me habitan. Son un punto de fuga que ya no puedo atrapar y tienen, sin embargo, una presencia contundente. Hay una calle de tierra, en Córdoba, en la que una tarde miré, durante varios minutos, una casa humilde y poética, tal vez deshabitada, en la que, bajo una parra, latía el misterio del cerro. En ese lugar, sola, sin animarme ni siquiera a sacar una foto, pude escuchar “los sonidos del silencio”. Soplaba el viento con un silbido agudo y constante, y de repente se oía, a lo lejos, el canto de un grillo o de las ranas. Vuelvo a caminar por esa calle y a pararme frente a esa casa cuando necesito un refugio interno.

Enero suele ser para mí igual a los domingos. Quiero hacer todo y no hacer nada. En la nebulosa del descanso, las lecturas y algunas siestas, me dejo llevar por las horas que pasan. Imagino viajes y hago planes que no se concretan. Nunca pienso en vacaciones en grandes centros turísticos ni en hoteles lujosos. Me enamoran los paisajes autóctonos, los caminos de tierra, las estaciones de tren en las que duermen perros abandonados y mansos. Me gusta evocar el perfume de los tilos y los eucaliptos, y delinear el horizonte que podría ver desde la ventana de un almacén de campo. Pero lamentablemente, mis vacaciones pasan, por lo general, entre el agobio del calor y el disfrute de lo cotidiano en el que me conecto con mi casa y mi escritura. Pero eso sí, es parte de mi ocio citadino, salir a caminar, cuando baja el sol, y visitar a todas esas amigas que durante el año no puedo ver. La semana pasada, fui a lo de Juana, querida colega con la que compartí años de trabajo en un instituto. En su ph de Floresta, estaba también Lili, que en un tiempo daba clases con nosotras y ahora se dedica sólo a lo que le gusta: cocinar y hacer artesanías. En la mesa, compartiendo una exquisitas empanadas caseras, seguimos hilvanando el diálogo que años atrás habíamos dejado inconcluso. Sabemos que, con los viejos amigos, uno retoma, con naturalidad, el hilo de una conversación relajada y atemporal. Cuando salimos a fumar a la vereda, después de comer y brindar por el reencuentro y mientras mirábamos la calle desierta de ese “barrio plateado por la luna”, como decía el tango, me pareció que ese momento ya lo había vivido. La escena, que parecía sacada de una película argentina de los años cuarenta o de una ajada y sepia foto de familia, transcurría en otro tiempo. Sólo faltaban las sillas en la vereda y algún personaje de Arlt dando vueltas por la esquina. Lili, entre una pitada y otra, empezó a hablar de sus viajes. Ella recorrió bastante la Argentina. Casi siempre por trabajo. En verano, con su marido, se van a vender dulces caseros, carteras de cuero y posavasos a cuanta feria los invitan. La otra noche, mientras mirábamos el cielo y las casitas bajas de la calle Ramón L. Falcón, me describió el Cerro de Los Siete Colores, en Jujuy, y el paseo nocturno que una vez hizo en Cataratas. Me contó de un fenómeno especial que se produce cuando la luz de la luna se refleja en la espuma del agua y forma un increíble (y bellísimo) arco iris plateado.

A veces me pasa que, de repente, hablando con alguien que conozco hace muchos años, me cae una ficha, y descubro (redescubro, en realidad) el lazo que me une a esa persona. Sorprendida ante un gesto, una virtud o un comentario, pienso “era esto lo que me gustaba tanto de él o de ella”. Eso me pasó la otra noche con Lili, cuando después de hablar de recetas de cocina, telares y viajes, pensé “es una artesana de la vida”.

A eso de las doce, Lili y Juana me acompañaron hasta la parada del colectivo. No había un alma en la avenida. Sólo el muro siniestro del ex Olimpo era testigo de nuestra espera. Hace poco leí que un país que tuvo campos de concentración tiene gusanos en el corazón. Lo dijo un escritor en una entrevista. No quise comentar nada. Una noche tan divina no merecía terminar hablando del horror. Pero la sombra de ese lugar, oscura y fantasmal, avanzaba por la noche de Floresta. Nosotras seguíamos conversando. Dejé pasar un noventa y dos. Al rato, llegó el cinco. Después de darles un abrazo a mis amigas, subir al colectivo y sentarme en el último asiento, al lado de la ventanilla, traté de borrar la imagen del paredón del Olimpo y pensar, nada más, en el relato de los viajes de Lili. Un relato simple y encantador con el que soñaría varios días en mi casa. Muchas tardes, después de ese encuentro, abombada por la humedad y la sensación térmica, me imaginé que caminaba por un pueblo del Norte iluminado por luces tenues y amarillas, que pasaba frente a una casita de adobe y a una iglesia colonial, que descansaba en los médanos de una playa solitaria, que nadaba y las olas me revolcaban y sentía la espalda desentumecida, cubierta de espuma y sal, y los pies llenos de arena. Y, por supuesto, más de una vez también traté de imaginar cómo sería el arco iris del que me habló ella. Un arco iris plateado como la luna de Floresta que aquella noche escuchó, majestuosa y quieta entre las nubes, sus relatos.

Si este verano no voy a ningún lado y si, al menos por un tiempo, no vuelvo a ver la casa de Córdoba ni a escuchar el canto de las ranas en los atardeceres del cerro, voy a plasmar esas imágenes en mis textos que, al final de cuentas, son los verdaderos guardianes de mis lugares perdidos.



Fotos: Jimena Busefi



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Jimena Busefi. Nació en Bs.As. en octubre de 1971. Es docente y escritora. Alguna vez, publicó una novela, Contra el revés del cielo (Grupo Ediciones del Árbol, 2010) y alguna vez, también, se animó a escribir teatro (sus obras Ausencias y ¿Qué día es, Azucena? fueron representadas en dos festivales de Teatro X La Identidad). Obtuvo menciones de honor y premios en distintos concursos de cuentos y en el año 2016 el Tercer Premio a la Producción Literaria (Género Poesía) en los Concursos Anuales de Arte de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, reconocimiento que la impulsó a publicar su primer poemario, Filósofa con brushing, con Peces de Ciudad Ediciones. Notas de Jimena