Leo gente muerta
(¡Atención! Si no vio la película "Sexto sentido" puede encontrar en esta nota información que modifique su percepción de la misma (spoiler que le dicen). No digan que no avisamos.)
Tengo un amigo con el que siempre polemizamos, muchas veces por deporte. Cuando hablo sobre literatura latinoamericana nunca dejo de mencionar a Rulfo, que con una obra tan acotada en extensión alcanzó, a mi parecer, la perfección narrativa; él a Cortázar, autor que me gusta pero que al crecer no me ha tentado a releerlo como a un Borges. Ante mi entusiasmo, soltó refiriéndose a Pedro Páramo: «Te das cuenta enseguida que son todos fantasmas». Un peleador mi amigo.
En ese momento el fastidio me nubla, aún sabiendo que era un dardo para molestarme. Le digo, después de insultos torpes: «Dejá, no sabés nada». Después pensé en lo que debí haberle contestado. Así es mi vida, un eterno desfasaje.
Pensé en el dardo venenoso de mi amigo y lo que me descolocó. Un tema que no es menor, que me define como lector, y como consumidor de cultura en general: la experiencia versus el entretenimiento.
Con mucha habilidad mi amigo hizo una traspolación de una cualidad bajo la que yo no contemplo una experiencia significativa, o por lo menos una cualidad que considero de segundo orden: la capacidad de entretener.
Él tomó Pedro Páramo y lo escrutó bajo términos cinematográficos o de literatura comercial, de película de suspenso o de best seller. Tomó el hecho de los fantasmas como algo que debería haberlo sorprendido, como una vuelta de tuerca en un misterio policíaco, una película de Hitchcock, un thriller o una novela de Agatha Christie.
¿Cómo pedirle eso a algo que está tan bellamente escrito? A un libro con las palabras justas, con tanta poesía, con tantas imágenes hilvanadas con trazos perfectos, mínimos.
No le haría eso ni siquiera a Hitchcock, porque más allá del efecto buscado por el director, sus películas ofrecen una experiencia estética que las trasciende.
¿Y donde todo es envase?
Pienso en Sexto Sentido, del director hindú M. Night Shamalan.
Una película que pasada su novedad demostró sostenerse tan solo con la sorpresa. Bruce Willis resultó ser un fantasma, y saberlo cambia toda la experiencia. De hecho, hubo gente que cuando entró al cine escuchó las impresiones de los que salían de la función anterior: «Bruce Willis fue un fantasma todo el tiempo, no lo puedo creer», arruinando la experiencia de quien la miraba por primera vez.
¿Pero por qué se arruinan dos horas de película por algo en apariencia pequeño?
Porque la película es un vehículo para esa sorpresa, esa es la intención de su director, o sea, desechable una vez que el misterio se despeja. La película, entonces, es descartable.
A mí no me importa que alguien me cuente el final de las cosas, porque si algo verdaderamente vale la pena, el final es un detalle. De otra manera me huele a trampa. No le pido peras al olmo, disfruto su sombra mientras dura.
Las experiencias significativas no saben de spoiler ni otros neologismos que nos convierten en consumidores traumados, que viven en guardia esperando siempre una fiesta sorpresa a la vuelta de cada esquina. Pero la propia vida viene espoileada, con final cantado: todos vamos a morir. Y no por eso vamos a dejar de vivir.
Tal vez por eso odio las fiestas sorpresa, tal vez por eso leo gente muerta.
Ilustración: Andrés Olveira
=========================================================================
Andrés Olveira.Andrés Olveira busca hacer un poco de todo, porque hacer mucho de una sola cosa le da alergia. Bibliotecólogo de profesión, ha incursionado (a veces a los tumbos) en el dibujo, la edición, la música y el diseño de sonido teatral. Lo que más le gusta es escribir. Tiene dos libros en su haber: «Ferrocarriles franceses» y «El insoportable sobrepeso del ser» ambos editados por Factor 30, una editorial uruguaya enmarcada en el colectivo de editoriales independientes Sancocho. Basta con pedirle un libro para que vea la forma de hacerlo llegar. Notas de Andrés