La feria





Para mí –imagino que también para otros lectores compulsivos como yo–, la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires es uno de esos hitos que marcan el tempo del año. Si bien comienza a fines de abril, mayo es “el mes de la feria”. Un acontecimiento que vivo como una fusión entre la fantasía y la realidad. La fantasía es el deseo de impregnarme de lo que contienen los libros, que me conduce a la acumulación indiscriminada y la diseminación de títulos por doquier: libros en pilones aquí y allá y más allá más libros, como para empacharse. Confieso que en mi caso no solo es empacharse de lectura, sino del objeto en sí. (Soy fetichista, no puedo pasar al ebook. Me gusta tocarlos, anotarlos, subrayarlos y llenarlos de papelitos adhesivos). Esa fantasía se parece bastante a nadar, a nadar una noche de luna inmensa y calorcito. Por supuesto, en un mar de libros. Después, me veo saliendo de esa playa maravillosa, con mi changuito rojo de las compras lleno hasta el tope de libros viejos y nuevos.

La contrapartida de la fantasía es la realidad. Y en la feria esa realidad es la angustia feroz que me provocan los lugares atosigados de alboroto y multitud, al punto que de repente me encuentro corriendo al baño nada más que para sentarme en el piso y taparme los ojos y los oídos. Al final, salgo al frescor de la calle con alivio y el chango vacío. Siento culpa de no haber charlado con tal, de no haber sido capaz de hacer sociales o “política”, de no propiciar un encuentro con quien conviene hacerlo porque si no uno se queda afuera del mundillo.

También, otra de las fantasías de cada año es asistir a la charla de uno de mis escritor@s favorit@s. Como una grupie, me imagino llegando temprano para sentarme en la primera fila y hacer contacto de ojo con ojo con es@ geni@. Sin embargo, y aunque planee asistir a esas charlas –incluso para escuchar por segunda vez a un@ de esos geni@s–, ¿cuántas veces me ha pasado de sentir la desilusión de que el escritor o escritora que habla para la multitud de fans dice cosas muy alejadas de aquellas que me habían hecho “explotar la cabeza”?

Este año debo presentar un libro mío, uno que me provoca dicha porque varias personas me dijeron que les había “cambiado la vida”. Suena exagerado y dramático pero como se trata de una crónica de un barrio de esos llamados “villas”, siento algo especial, una sensación de satisfacción muy íntima, cerquita de ese lugar que es tan personal y que resulta difícil de compartir. Cuando uno escribe un libro, espera que pueda cambiar su vida, pretender cambiar la de otro es una presunción quijotesca. En este caso, escuché en diferentes ocasiones la frase: “Gracias al libro ahora no tengo vergüenza de decir que vivo en una villa. Al contrario, siento orgullo”. Y sé que se refieren a sus vidas de desarraigo, trabajo duro, escasez y discriminación. Además, algunas de esas personas que no suelen salir de su barrio salvo para ir a trabajar porque afuera se sienten discriminados, este año irán a la Feria del Libro a la presentación de La 21/24, una crónica de la religiosidad popular frente al desamparo. Entonces este año la Feria será otra Feria. Distinta pero igual. Como siempre.





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Inés Arteta.Escritora. Licenciada y Profesora de Historia por la UBA, ahora es docente en la USAL y coordina talleres de lectura. Tiene 4 libros publicados (Chicas bien, El mismo río, Juego de mujeres y La 21/24, una crónica de la religiosidad popular frente al desamparo) y 3 novelas inéditas. Una de ellas es Primer Premio Municipal, especial Eduardo Mallea, y otra primer finalista en el BAN! 2014 y en el Córdoba mata 2016. Notas de Inés