Kuki Benski, un retrato
Kuki Benski, artista plástica, creadora con la mujer como eje fundamental en su obra
Kuki Benski es, ante todo, una gran artista. Pero también, sin dudas, una mujer encantadora. Bella en el más amplio sentido de la palabra, ese que incluye la armonía del cuerpo y del alma. Sus facciones delicadas, tan sensuales y, a la vez, tan cándidas, engarzan precisas con su interioridad cultivada y su talento incuestionable. Esta combinación sublime hace que Kuki emane charme y deje flotando, a su paso, un aura luminosa. Creadora nata, observa su entorno y lo transforma, con sus pinceladas, en un estallido de color y goce en el que la exaltación del deseo reina. Es protagonista. En su obra, una vasta producción en la que confluyen el kitsh, el pop art, el erotismo y el hechizo de los cuentos infantiles, habitan la inocencia y el goce; también el dolor y la injusticia de las tantas mujeres maltratadas o mutiladas de la forma más abyecta, y el silencio de las que vivieron, por una u otra razón, a la sombra, y ella reivindica.
Benski se formó en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredon y asistió al taller de Luis Felipe Noé. Participó con éxito en más de una Bienal (La Habana, Caracas, Alemania y México) y expuso en museos y diversas galerías de arte de nuestra city porteña donde sus inauguraciones, punto de encuentro de bohemios y artistas, marcaron el pulso de una época. La fuerza y la originalidad de su obra la hicieron merecedora de premios destacados (Museo Sívori, Fundación Avon, Universidad de Palermo, entre otros). Actualmente, inspirada en los relatos de Las Mil y una noches, trabaja en una serie sobre la cultura árabe y las odaliscas, y expone, en México, Muñecas de colección, una videoinstalación pictórica sobre mujeres abusadas que estará exhibida hasta mayo en la Trienal de Tijuana. Pero no es de su trayectoria que quiero hablar sino de su persona. En esta tarde de verano, miro la oscilación de la copa de los árboles, movidas, con fuerza, por el viento de la tormenta que se avecina, y escucho a Kuki al otro lado del teléfono.
Suena un reloj mientras ella habla. Un reloj antiguo, de péndulo, que, según me cuenta, mide más de dos metros y heredó de su madre. Cada golpe del péndulo le aporta a su voz calma un aura de encantamiento. Quienes la conocemos, sabemos que Kuki es un ser profundamente espiritual y que además de dedicarse a las artes visuales, indaga en los secretos del tarot, la grafología, la angelología y el hinduismo. Venus rige su destino y le gusta repetir que es una “libriana pura” y en otra vida, tal vez en el Lejano Oriente, fue, sin dudas, una artista. No pude haber sido otra cosa, murmura entre risas. Mientras conversamos e intercambiamos un sinfín de audios que van y vienen y acompañan este atardecer de enero, no puedo evitar preguntarle por ese reloj que acompasa, como música de fondo, sus palabras, y, también, por todos los otros objetos que la rodean. Sé que ella atesora, en su casa – taller de Martínez, mamushkas, piedras, imágenes de santos, vírgenes con mantos de lentejuelas, cofres con brillantina y una plaqueta persa que encontró en su infancia y la fascinó tanto que se transformó en su talismán e hizo que, desde ese día, ella se dedique a pintar. Kuki describe con emoción el magnetismo que ejerció esa miniatura de marfil en ella y evoca, también, los papeles metalizados con que su padre, un inmigrante ruso, envolvía los chocolates y los bombones que, tiempo después, se transformarían en su histórica y deliciosa creación: el bocadito Cabsha.
Después de escucharla evocar estas imágenes de su niñez, le pregunto por su cotidianeidad (suele ser enriquecedor conocer el día a día y los motivos de inspiración de quienes crean) y me cuenta que pasa sus días en su jardín, donde juega con sus fieles compañeras, dos gatitas a las que adora, y cría mariposas Monarca que la enamoran con su crisálida verde jade y el despliegue de sus inmensas alas naranjas. Dice que algunas mañanas, camina hasta el río para hacer yoga y escuchar el canto de los pájaros; al volver a su casa, enciende velas para el arcángel del día y pone así en práctica la fe que sostiene desde siempre y es parte constitutiva de su ser y de su rutina. Le gustan los altares y cuida el suyo, erigido entre pinceles y dibujos, con devoción. Asegura que medita mientras pinta porque el acto creativo es (¿por qué no?) un estado de trance y que en ese chalet oculto, a pocas cuadras de la estación de Martínez, en una calle cubierta de paraísos y perfumada por tilos y naranjos, está su lugar en el mundo. Ahí bosqueja un nuevo proyecto, investiga, lee y ordena sus libros y su colección de juguetes antiguos o conversa con su compañero, el artista plástico Hugo Martí, con quien desde hace más de dos décadas comparte la vida. Es difícil no recordar el magnetismo de sus ojos verde agua cuando la escucho. Y, aunque ahora hablamos a la distancia, creo que está mirándome como me miró la primera vez que la vi, hace casi veinte años, en un restaurante que ya no existe y se llamaba Te mataré Ramírez: tendiendo un puente, un lazo, el código de una conexión sincera. En aquel invierno, ya tan lejano, del 2004, ella exponía Zapatitos de colección, y una serie de cuadros cuya temática giraba en torno a la estética de las mujeres japonesas. Geishas con mariposas en el pelo, la cara empolvada, los labios de un carmesí furioso y kimonos bordados con brillantina hacían que en la sala se palpitara un erotismo casi intimidante. Igual que cuando presentó su colección de cajas lumínicas chinas. Hoy el lugar de la mujer es muy distinto y ha avanzado tanto en la conquista de sus derechos y la expresión de su sexualidad que resulta casi ingenuo evocar el asombro que, en aquel tiempo, generaba la obra de Kuki. Me gusta acercar el erotismo a las mujeres y, desde ese primer impacto que las sonroja, hacerlas descubrir la sensualidad que anida en ellas porque cada mujer es única y en todas habita una diosa, dice y me convence, al menos por un rato, de que hay un Universo en el que la belleza, el goce y las mujeres son protagonistas.
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Jimena Busefi. Nació en Bs.As. en octubre de 1971. Es docente y escritora. Alguna vez, publicó una novela, Contra el revés del cielo (Grupo Ediciones del Árbol, 2010) y alguna vez, también, se animó a escribir teatro (sus obras Ausencias y ¿Qué día es, Azucena? fueron representadas en dos festivales de Teatro X La Identidad). Obtuvo menciones de honor y premios en distintos concursos de cuentos. En el año 2019 fue Primer Premio a la Producción Literaria, Género poesía, en los Concurso Anuales de Arte de la Legislatura porteña y en el año 2016 obtuvo el Tercer Premio de Poesia en el mismo Concurso, reconocimiento que la impulsó a publicar su primer poemario, Filósofa con brushing, con Peces de Ciudad Ediciones. En 2020, publicó el libro de poemas "Los viajes que no hice" (Halley Ediciones). Notas de Jimena