Gótico argentino tropical Tra Tra Tra

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Mariana Enríquez: entre premios internacionales y el gótico argentino tropical


Tenemos una enorme tolerancia al dolor, dice Mariana Enriquez , y esta es una característica idiosincrásica atravesada por una multiplicidad de eventos históricos, sociales y culturales, pero fundamentalmente políticos. Basta con revisar los titulares, los morbos televisados, la sangre, los modos de narrar la muerte. Eso, justamente, afirma Enriquez, es lo que hace posible inscribir al gótico no como un género extranjerizado sino como un espécimen bien propio. Yo hago gótico argentino tropical, declama. Y nos reímos. Todo esto pasa en City Bell Libros, ubicada en pleno centro del borde de la ciudad de La Plata. Somos unas cuarenta personas, hay vino y hay chipá. La entrevista Flavia Pittella pero no es una entrevista lineal. Es una charla, un ir y venir entre textos, experiencias personales y literarias, y celebraciones de premios, es decir, de plata. Recientemente Mariana Enríquez ganó el Premio Herralde por su novela Nuestra parte de noche (editada por Anagrama). Sin embargo, nada de esto parece importarle a nivel canon o autoproclamación de algo si no fuera por la plataforma, tanto financiera como simbólica, que configura este tipo de reconocimientos para poder seguir editando. Confiesa: cada agente sabe más o menos en qué premio se puede llegar a destacar lo que uno produce, y a partir de allí, se elige. Funcionó. Ganó. Está feliz con la novela y mientras comparte rastrea los procesos que convulsionaron durante su gesta: su interés por situarla en el Litoral, por ir en búsqueda de aquello no sacro, de lo profano, de las divinidades que tanto circulan en sus discursos (como en Alguien Camina Sobre Tu Tumba –publicado por Galerna–, esas crónicas sobre cementerios del mundo que seguirá actualizando siempre); las playlists que acompañan ciertas secuencias de terror; la posibilidad de perderse en la escritura, de entrar en una, y dejarse llevar. Y después editar, aunque luego se olvide de lo que finalmente decide, a veces. Cuenta una anécdota durante una entrevista. Alguien le pregunta sobre un personaje de una de sus novelas que está segura de que borró en la última edición. Se paranoiquea. Piensa: uy, cómo esta mina (la entrevistadora) llegó al manuscrito donde aún estaba este personaje. ¿Qué cama me están haciendo? Ninguna. Finalmente ninguna. El personaje está ahí y salió en la versión final. No diremos cuál ni de qué texto para no spoilear. Pero cuando se da cuenta de que efectivamente el personaje existió, mira a la audiencia y remarca: ese personaje está mal. No va. Es pésimo. Fue un error.

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Presentación en City Bell Libros

Mariana Enriquez parece auténtica, se ríe de sí misma, del ambiente, de los renombres de los salvadores de la literatura y el arte, los todólogos que han venido a decir qué es escribir (bien).

Cuando las preguntas se tornan solemnes, las rompe. Cuando le preguntan la tan infame y odiada “¿hay algo autoreferencial, de la vida real, que te pasó, y aparece en tus escritos?” Sí. Obvio, dice, y recuerda uno de sus viajes de Buenos Aires a La Plata en micro. Intoxicada, dice. Tardía. Y en el tramo del Parque Pereyra Iraola, una mujer se para. Grita ¡me bajo! ¡dejame bajar! El conductor le dice cálmese. La mujer sigue. Mariana Enríquez, cuenta, siente una energía particular, un halo de algo en el espacio. Lo atribuye a la intoxicación, a las drogas, a los ácidos, a estar volviendo de la capital de noche en ese estado; o no. También lo adjudica a lo sobrenatural, lo no sacro, lo profano, lo divino. ¡Me bajo acá!, sigue gritando la mujer. Se para otra mujer y grita también: ¡dejala bajar, por favor, que baje! El conductor, inesperadamente, frena. En el medio de la nada, en un parque desierto, oscuro, a las 3 am, la mujer se baja, se pierde entre los árboles, se esconde en un bosque aterrador. Ese momento, ese disparador, esa idea estructura uno de sus cuentos. Cuando le preguntan si está escribiendo algo nuevo, recuerda el fatídico e irresponsable 16 de junio del año pasado, en el que el país entero (y parte de Uruguay y Brasil) se quedó sin electricidad. Evoca las imágenes posapocalípticas que la invadieron, lo naive de encontrarse intentando conseguir señal con el celular mientras su marido la miraba y le decía: Mariana, hay que ir a cargar agua. Lo poco preparados que estamos para responder a una catástrofe. Lo frágiles que somos. Con la oscuridad que abraza el mundo cualquier disparador de dolor es suficiente para empezar a moldear una idea, tétrica o no, acerca de algo. Son modos de mirar, de narrar. En esto está. Ese fue el disparador para empezar a escribir una nueva novela… ¿distópica? ¿gótica? ¿posapocalíptica? Probablemente un poco de todas, aunque sin zombies, enfatiza. Mucha muerte pero sin zombies. Cuando le preguntan sobre la figura del espectro, habla del niño, de si la maldad es innata o se construye. ¿Hay niños malos?, se pregunta. Así, Enriquez responde y desafía, canchera, política, diplomática pero nunca tibia. Da vuelta la pregunta, la hace suya, brilla. No necesita ayuda. Cualquier trampolín la catapulta a la claridad de quien habla sin necesidad de agradar. Sin necesidad de protocolos y decoro. Mariana Enriquez no solo se distancia de eso, lo patotea. Sabe desde dónde es y desde dónde escribe.

Después firma cada libro, habla con cada persona que se le acerca, empatiza, conecta. Después se va, desaparece, como un fantasma blanco de labios rojos, una camisa de seda, transparencias, un corpiño negro, todo largo, retazos la envuelven.




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Gonzalo Zuloaga. Gonzalo Zuloaga nació en La Plata, entre sus diagonales y universidades. En 2017 editó su primer poemario Predicciones del Año Kitsch con Peces de Ciudad. A este le siguió Hackers D.O.S, fanzine co-producido con Jule Gore e ilustrado por Clara Spaltro. Es columnista de la revista trenINSOMNE, escribe para la colectiva Extrañas Noches Literatura Visceral, y comparte poemas en su Facebook y en Ciudad Kitsch su blog personal. Fue ganador de Mención Especial por unanimidad en el Primer Certamen Nacional de Literatura (2016, Conurbana.cult) en la categoría poemario por su obra Resucitando Edipos, publicada en la colección Voces del Cono Sur. Algunos de sus textos fueron seleccionados para su publicación en la revista Monolito Arte y Cultura (Méjico) y las antologías Palabras en Flor (España), En el momento del caos y Al filo del remolino (Ediciones Frenéticos Danzantes, Argentina). Participa en recitales de poesía y conduce la sección #cóctelypoesía en el programa La Terraza por Radio Provincia FM 97.1. Notas de Gonzalo