Fronteras y textos como interrupciones en la historia de otros
De la mano de Gonzalo Zuloaga nos adentramos en la cultura chicana y conocemos a algunos de sus máximos exponentes
La frontera, como texto y vida, tiene una posición funcional-estructural que determina la esencia de los procesos que ingresan a ella, y su posterior conversión en información, es decir, significado recontextualizado. La frontera establece la interfaz entre centro y periferia. Las semióticas del centro se disponen como sistemas hegemónicos con metalenguajes de autodescripción específicos que definen, instituyen y legitiman por encima de la heterogeneidad del mapa real una unidad ideal de éste. Así, estas gramáticas dominantes segregan aquellos sistemas metalingüísticos que circulan en las subestructuras por medio de la asignación de descripciones construidas desde el centro. En respuesta, las semióticas periféricas roban fragmentos de los lenguajes dominantes y los usan como catalizadores: los absorben y transforman atrayendo y agrupando fuerzas, sentimientos, visiones e imaginarios que entran en tensión y en diálogo con el discurso hegemónico, y crean nuevas representaciones y autodescripciones. Nuevas enunciaciones. Entonces la frontera se constituye como un dominio de interacción entre transmisión, recepción y transformación de información, cargado de procesos que siempre transcurren más activamente en la periferia para desde ahí dirigirse a las estructuras nucleares y desalojarlas. Así los textos funcionan como interrupciones en la historia de otros.
El surgimiento de lo chicano se encuentra estrechamente relacionado con el final de la guerra entre México y Estados Unidos (1846-1848). En 1848, el Tratado de Guadalupe Hidalgo pone fin a la guerra y establece una serie de condiciones que impactan directamente en la construcción de la frontera. Primero, México debe ceder a Estados Unidos el territorio perteneciente a los actuales estados de Arizona, California, Nevada, Nuevo México, Utah y parte de Colorado. Los ciudadanos de esas zonas –originariamente mexicanos– se transforman automáticamente en ciudadanos norteamericanos.
El Tratado de Guadalupe Hidalgo inicialmente se propone garantizar los valores culturales del pueblo mexicano residente en norteamérica. Sin embargo, después de 1848, la comunidad mexicano americana queda desplazada hacia la periferia –tanto territorial como socio-económica–, forzada a participar de una mano de obra estratificada según el origen étnico. En un primer momento trabaja en el ámbito rural para luego formar parte de la actividad industrial. Recién un siglo más tarde, el Movimiento Chicano empieza a consolidarse. El hito que marca su comienzo es la huelga masiva de los trabajadores del sector agropecuario de California en 1965. Sus objetivos son alcanzar el reconocimiento y valoración de la individualidad chicana e impedir la asimilación y pérdida de representaciones culturales en manos del “melting pot” o crisol étnico yankee.
Sandra Cisneros
Miguel Tinker Salas y María Eva Valle explican que como parte de su esfuerzo antihegemónico y antiasimilacionista, los chicanos buscaron inspiración en el pasado revolucionario de México. Se apropiaron de la imagen del líder indígena Cuauhtémoc, el último emperador azteca; la Virgen de Guadalupe; Emiliano Zapata y Pancho Villa, héroes de la Revolución mexicana, al igual que guerrilleros contemporáneos como Genaro Vázquez, Lucio Cabañas y el “Che” Guevara. Estas imágenes se convirtieron en poderosos símbolos políticos y culturales de una nueva generación que buscaba una alternativa a la cultura e identidad euroamericana. Los esfuerzos por establecer una nueva identidad también implicaron una ruptura profunda con la generación previa de méxicoamericanos, que los jóvenes chicanos caracterizaron como asimilacionista.
Más adelante –a fines de los años sesenta–, en contraposición al modelo asimilacionista, Pablo González Casanova introduce el término colonialismo interno: una estructura de relaciones sociales de dominio y explotación entre grupos culturales heterogéneos que produce no solo diferencias culturales sino diferencias de grados de civilización. Civilización o barbarie, podríamos pensar acá. Rodolfo Acuña analiza la implicancia de la perspectiva de González Casanova en el desarrollo de la idiosincrasia chicana y afirma que la colonización sigue existiendo, pero con ciertas variaciones. Los angloamericanos todavía explotan y manipulan a los mexicanos y los siguen relegando a su situación inferior. A los mexicanos les sigue siendo negada la determinación política y económica y siguen siendo víctimas de estereotipos y prejuicios raciales elaborados por quienes se sienten superiores. Sostiene entonces que los mexicanos en Estados Unidos siguen siendo un pueblo colonizado, pero ahora el colonialismo es interno: se produce dentro del país en vez de ser impuesto por un poder externo. Y no. La frontera otra vez.
Una de las consecuencias de esta mirada descolonizante es la inauguración en 1968 de los Estudios Chicanos como nueva disciplina de los cursos de grado de las universidades californianas. A partir de ese momento, la voz chicana empieza a circular y entre 1969 y 1970 se publican “El Plan Espiritual de Aztlán”, que incluye el pensamiento político del Movimiento Chicano, y el proyecto educativo bicultural bilingüe, “El Plan de Santa Bárbara”. Para el movimiento Chicano, las universidades, especialmente en su función de difusoras de la cultura dominante, se convierten en centros de lucha. La petición dirigida a las universidades para establecer centros de estudios chicanos es uno de los legados más importantes de este movimiento. Esta demanda cumple dos exigencias: configurar una representación coherente de la experiencia chicana en la academia y, a la vez, permitir el acceso a los intelectuales chicanos a este nuevo campo, ofreciéndoles un sitio legítimo donde poder articular sus puntos de vista y refutar la cultura dominante.
Hacia finales de los ochenta e inicios de los noventa, la frontera aparece como interdiscurso en cuatro publicaciones: Borderlands/La Frontera de Gloria Anzaldúa (1987), Cultura y Verdad de Renato Rosaldo (1989), Border Writing de Emily Hicks (1991), y Criticism in the Borderlands de Héctor Calderón y José David Saldívar (1991). Alejandro Grimson arroja luz al respecto, aclarando que dichos textos –y especialmente los literarios– combinan la antropología y la historia con neomarxismo y feminismo para producir un producto fronterizo. El texto es la frontera. En su contenido y en su estética. En su dimensión material y simbólica. La producción literaria chicana tiende a revelar esa experiencia. Crea un universo en el que coexisten referencias a la construcción de la identidad cultural así como a momentos históricos y políticos relevantes para la comunidad.
Podemos distinguir dos períodos centrales en su desarrollo. El primero, entre 1848 y 1942, caracterizado por un protagonismo de la variedad mexicana del español en entregas publicadas en diarios méxicoamericanos que buscan, gradualmente, conformar una comunidad de lectores chicanos que conserven su idioma original como metalenguaje de autodescripción literaria. Por el contrario, el segundo –cuyo inicio está marcado por el final de la segunda guerra mundial y se extiende hasta nuestros días– presenta un vuelco hacia el inglés y, consecuentemente, una ampliación de la audiencia que coincide con la fundación de las primeras editoriales chicanas. En esta segunda etapa, los autores chicanos ponen en uso el lenguaje dominante como recurso de protesta. Imprimen en su configuración sígnica las tensiones culturales de la frontera, adaptando y traduciendo la gramática ajena a su propio sistema. Este proceso de desterritorialización del metalenguaje nuclear da cuenta del diálogo entre identidades culturales que se produce en la frontera.
Mónica Palacios
En este marco de referencia, es posible rastrear dos autoras que se constituyen como voces de ruptura en la literatura post-colonial chicana, y que recomendamos: Mónica Palacios y Sandra Cisneros. Ambas escritoras emplean en sus textos una sintaxis que se configura principalmente a partir del inglés. No obstante, sus narrativas también incorporan una variedad de estrategias textuales de contacto entre lenguas.
En The Empire Writes Back, Bill Ashcroft, Gareth Griffiths y Helen Tiffin enuncian que “the crucial function of language as a medium of power demands that post-colonial writing defines itself by seizing the language of the centre and re-placing it in a discourse fully adapted to the colonized place”. (1) Este proceso de apropiación y resemiotización puede observarse en el pastiche La Llorona: The Other Side y el relato breve No Speak English, disponibles en blogs y plataformas online. Sus construcciones sintácticas, a pesar de utilizar los signos del inglés, evocan la estructura enunciativa del español chicano como gesto subversivo. Tanto Palacios como Cisneros entremezclan sus universos en una intercultura en la que diversos sistemas dialogan, y se aproximan simétrica y asimétricamente. Configuran un nuevo espacio enunciativo cargado de nueva información que comienza a circular desde la periferia al centro. Tal como concluye Ashcroft, “in this way post-colonial writers have contributed to the transformation of English literature and to the dismantling of those ideological assumptions that have buttressed the canon of that literature as an elite Western discourse. But it is not only the use of language which has achieved this dismantling. (...) post-colonial texts offer a radical questioning of the cultural and philosophical assumptions of canonical discourse.”(2)
Lo que se pone en definitiva de relieve es el dialogismo dinámico que existe como ley universal en cualquier proceso lingüístico y hecho literario, artístico, social. La vida es esa perfo. Y solo a partir de las rupturas periféricas es posible identificar las tensiones que coexisten en nuestras fronteras. Como lectores, como usuarios de la lengua, como co-constructores de conocimiento e identidad.
(*) Imagen central: "Chicano Legacy" mural del artista chicano Mario Torero ubicado en la Universidad de San Diego (Estados Unidos)
(1) "la función crucial del lenguaje como medio de poder demanda que la escritura postcolonial se defina a partir de la apropiación del lenguaje del centro y su re-ubicación en un discurso completamente adaptado al lugar del colonizado"
(2) “de este modo, lxs escritores postcoloniales han contribuido a la transformación de la literatura inglesa y al desmantelamiento de aquellas suposiciones ideológicas que han sostenido el canon de dicha literatura como discurso occidental de élite. Pero no es solo el uso del lenguaje el que ha logrado este desmantelamiento. (…) los textos postcoloniales ofrecen un cuestionamiento radical sobre las suposiciones culturales y filosóficas del discurso canónico.”
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Gonzalo Zuloaga. Gonzalo Zuloaga nació en La Plata, entre sus diagonales y universidades. En 2017 editó su primer poemario Predicciones del Año Kitsch con Peces de Ciudad. A este le siguió Hackers D.O.S, fanzine co-producido con Jule Gore e ilustrado por Clara Spaltro. Es columnista de la revista trenINSOMNE, escribe para la colectiva Extrañas Noches Literatura Visceral, y comparte poemas en su Facebook y en Ciudad Kitsch su blog personal. Fue ganador de Mención Especial por unanimidad en el Primer Certamen Nacional de Literatura (2016, Conurbana.cult) en la categoría poemario por su obra Resucitando Edipos, publicada en la colección Voces del Cono Sur. Algunos de sus textos fueron seleccionados para su publicación en la revista Monolito Arte y Cultura (Méjico) y las antologías Palabras en Flor (España), En el momento del caos y Al filo del remolino (Ediciones Frenéticos Danzantes, Argentina). Participa en recitales de poesía y conduce la sección #cóctelypoesía en el programa La Terraza por Radio Provincia FM 97.1. Notas de Gonzalo