A entonces B: Un cíclope multifacético
La instalación “A entonces B” del artista uruguayo Sergio Muñoz, bajo la temática Superstición, permite un ejercicio dinámico donde el espectador se cuestiona sobre lo que ve
Nuestra percepción del espacio (y del tiempo) suele estar sujeta a un sin fin de recuerdos que se proyectan en la pantalla blanca del mundo exterior. Ingresamos con el cuerpo (o la mirada) donde existen elementos necesarios para poder entrar, gracias a que alguien nos muestra que allí ‘hay algo nuevo’. Un artista (si es que por hacer esta maniobra ya lo es) bien puede ser el puente que nos facilite ver las cosas de otra manera y que, según nuestra sintonía con el devenir de los acontecimientos, podamos considerarlo como ‘la información que estábamos necesitando’. Un sincero planteo sobre la ignorancia de aquello que no conocemos deja abierta la puerta al conocimiento, y el canal más famoso para eso es la vista; el sentido que nos permite llegar más lejos y experimentar la contradictoria sensación que produce haber descubierto un espacio que siempre estuvo allí, pero nunca lo vimos.
Cuando creemos que ya conocemos un lugar y volvemos a él con la confianza de darnos lo que nos gusta, repetimos trayectos ya recorridos; como en casa. Lo positivo de esto es que cumple con nuestras expectativas estéticas y de confort, pero lo negativo es que ya no nos sorprende. Pensamos en lo incierto o lo insoportablemente atractivo que puede ser si es intervenido por una mano que sepa abrirlo y obligue al que se inscribe, a contemplarlo, descubriendo que sucede algo de lo cual nunca se había percatado. La posibilidad es este espacio no-convencional (un bar) donde un volumen extraordinario se acomoda y rompe con la mirada de lo que venía siendo. El cliente (que deviene en espectador involuntaria y sorpresivamente) es instigado por un monstruo amorfo que intenta abalanzarse sobre él, impactando una mirada que no había ingresado al angosto entrepiso de paredes vacías donde apenas llega luz. Y en una consciente rebeldía el artista se animó a llevar al observador hacia el rincón más ignorado del lugar.
Resulta agradable encontrarse con una instalación como esta, que realiza una apertura dimensional y derriba la pared que, aunque invisible, ya era indiferente para el que ingresaba al bar. A cumplir con tal objetivo fue diseñada para el ciclo de arte ENTREVERO (3era. Edición), con Mariana Kruk y Candy Grehan en la organización, y la seductora propuesta de Superstición para este mes. El evento es sólo la apertura del ciclo ya que una de las disciplinas de cada edición, referente a las artes plásticas y visuales, queda habitando el espacio hasta el siguiente encuentro, transformando, estimulando y refrescando la mirada del visitante.
La unidad de medida es sencilla y conocida; cajas, prismas que conviven por momentos de a dos (o tres), algunas en soledad, y otras aglomeradas donde emerge la idea de caos (al menos no de orden). Todas unificadas en un discurso; imágenes y textos coloridos de revistas de la farándula y la publicidad que sonríen y establecen una familiaridad con el material. La fórmula parece sencilla por la geometría básica elegida y la “piel” que reviste a la criatura en un patrón que se repite no habiendo variación en ello. Pero el desafío de la propuesta está en la disposición con respecto a ellas mismas y al espacio, ayudando al ojo occidental en la lectura del universo propuesto. Sobre una base sólida (entrepiso) tensan las piezas una inestabilidad que sugiere una fatal caída, pero a medida que el ojo se va desplazando la masa comienza a dar aire entre las piezas al punto de que algunas caen del entrepiso y otras vuelan por los aires abriendo el espacio, como se abre la mente a este tipo de propuestas supersticiosas. En un segundo plano, allá atrás, el altar que sacraliza el único símbolo tradicional reconocido en toda la pieza; el ojo apotropaico.
Detrás de este big bang aparece la imagen cenital de un ser humano. La proyección (en negativo) muestra a un hombre en ropa interior que duerme. Cada tantos minutos cambia su postura con una lentitud (de edición) que muestra el trayecto que hace el cuerpo para pasar de una posición a otra. La instalación se transforma en una secuencia de imágenes donde un elemento cambia todo lo demás. No es lo mismo en el todo un cuerpo que duerme boca arriba a uno que lo hace en posición fetal. Sus diferentes posturas resignifican la instalación a medida que pasa el tiempo. Primero experimentamos la aparición (como por arte de magia) de un espacio ajeno hasta ahora, luego una dilatación del tiempo (dentro de este espacio) que lo vuelve inclusivo. Y para esto tuvimos que caminar, levantar el mentón, deambular por el bar, haciendo que nuestra postura se vea modificada.
Uno de los atractivos que tiene este trabajo es la pluralidad de puntos de vista; mirarlo desde las esquinas o desde abajo, como si contempláramos la vía láctea acostados en el campo en una noche de luna nueva. Este es el que mejor permite acariciar el concepto que dió origen a la instalación. Y es que al levantar la mirada se encuentra el espectador con que todo está ahí, en el aire, y sin nada (aparentemente) que lo sostenga. Nos aborda entonces la gran pregunta; ¿cómo lo hizo? Respuestas pueden aflorar a borbotones, pero como sabemos que no son las que corresponden a lo que verdaderamente sucedió nos embarcamos en una posibilidad que gana protagonismo; todo se podría venir abajo en cualquier momento. Aunque hijos de la convención (como en el teatro) sabemos que no se va a caer, porque el artista no lo permitiría. Sería lo eventual aún más efímero que el arte. Pero, ¿qué sucede cuando siendo conscientes de esta convención de todas maneras nos hallamos supersticiosos?
Esta reflexión sobre la superstición es llamada “A entonces B” haciendo que todas las conjeturas que aporta este ejercicio plástico nos deje confusos por lo terriblemente honesta (y obvia) que termina siendo la propuesta. Una proposición condicional de causalidad, de proyección, de creencias, de lógicas sin fundamento, de respuestas que nos brindan las seudociencias (llamadas así por la ciencia) sosteniendo que si ocurre A (entonces) ocurre B, y entre estas dos letras confirmamos la intensidad de nuestro poder personal para abrirnos a ver lo figurativo en medio de lo abstracto. Como las imágenes que ven algunos espectadores al ‘aflojar’ la mirada; un tigre con largas pestañas, la luna llena que se ponen en el horizonte, un dragón que mira por la ventana (del bar) sosteniéndose en el entrepiso por su cola, un hombre leyendo una tablet. Y al ver que lo que dice el otro no está ahí, pero puede ser que esté, asalta la pregunta de qué será lo que hace que vea eso que yo no veo. Cual será su A para que ese sea su B.
Lo ambiguo termina siendo una excusa que el artista utiliza para poner el objetivo en el espectador. Todo es inalcanzable, porque nada está afuera. Aquí no hay gatos negros, ni números treces, ni escaleras, ni color amarillo, ni sal sobre una mesa. No hay nada de lo que uno esperaría ver cuando habla de superstición. Es algo mucho más complejo y concreto a la vez. El espectador es puesto en un lugar activo, de reflexión, porque la superstición no está dada por lo que pasa fuera, sino por lo que pasa dentro. Pero hay una guiñada, un símbolo sí supersticioso (de carácter positivo) que da constancia de un carácter negativo que intentará neutralizar. Una marca que evidencia la presencia de la superstición y ofrece al observador (al contrario que si hubiera un gato negro) tranquilidad, gracias a la protección que ofrece. El espectador empatiza con la instalación ya que no hay nada de qué temer (sólo por la posibilidad de derrumbe) pero no por la simbología que la compone; el ojo protector contrarresta la superstición del que mira y ve cómo toda la instalación se le cae encima.
(**)Fotografías: Café frío - Estudio fotográfico
=========================================================================Bernarda Pariza.Curadora, Escritora y Porteña. Lectora incansable de Cristina Peri Rossi y José Saramago. Coordina su propio taller literario y cree cada día más en el amor. Defensora del arte en lugares extravagantes y las charlas grupales, trata de que sean sus palabras una luz en el camino. Notas de Bernarda